Se me ponen los pelos de punta cuando oigo relacionar educación con empleo, sobre todo en lo que se refiere a estudios universitarios de pago en hermosos campus diseñados como complejos fabriles para producir exitosos hombres y mujeres del mañana. Parece que es más fácil vender futuros de altas expectativas laborales que vender la idea de una mente crítica y realmente formada. La misión del graduado-máster-doctor (por ese orden y cuanto antes) no es otra que la de servir como elemento productivo a la sociedad, convirtiendo lo aprendido en motor de desarrollo económico para el país. Se acabó lo de pasar por la universidad para terminar trabajando de cualquier cosa. Si estudias con nosotros tienes un trabajo garantizado en tu profesión soñada. Para los trabajos peor remunerados que no quiere nadie ya están los de las universidades públicas.
Lo peor es que también relacionan el paso por esos centros de sabiduría con la vida real. Será con la vida real de quienes pueden pagar esos estudios, los que tendrán un lugar a la derecha del padre en su empresa, su bufete de abogados o su consulta privada. Es la aplicación del principio de las relaciones sociales como base asociada al éxito que lleva cerca de doscientos años vigente en el elitista mundo de las universidades norteamericanas de la Ivy League. Si te codeas con lo mejorcito de la sociedad terminarás teniendo tu lugar en sus círculos, aunque sólo sea por haber compartido cuarto en la fraternidad con un descerebrado que termina siendo presidente de los Estados Unidos. Es el nepotismo trasladado a una vida moderna en la que abundan ya los hijos únicos, la amistad nacida en el campus como sustituto de los lazos familiares para conseguir medrar en la vida.
¿Y qué pasa con quienes tengan claro que lo realmente importante es tener una formación de raíz humanista? ¿Qué sucede con los que eligen determinados estudios en base a una vocación? ¿Y con los que no puedan permitirse acceder a ellos por falta de recursos? Si ni siquiera existe la posibilidad de pasar por la experiencia universitaria dando espectáculo en una cancha de deportes, ¿qué opciones tienen los no privilegiados?
Puede que se vuelva a recuperar la conciencia de clase que los últimos tiempos ha desaparecido engullida por el acceso popular a la riqueza material y el crecimiento de la burguesía como escalafón social amortiguador entre ricos y pobres. Puede que algunos de los hijos de los pequeños burgueses (de trabajadores con contrato fijo, funcionarios, autónomos, pensionistas, políticos de izquierda izquierda, etc.) estudien para educar sus mentes en el librepensamiento, alejados de promesas de brillantes horizontes laborales, buscando tan sólo el conocimiento. Puede que estos sean el futuro para un movimiento social que busque el bien común frente al individualismo imperante, los que cuestionen realmente el sistema global, los que hagan cotizar de nuevo los valores que nunca debieron salir de la educación universitaria.
Lo peor es que también relacionan el paso por esos centros de sabiduría con la vida real. Será con la vida real de quienes pueden pagar esos estudios, los que tendrán un lugar a la derecha del padre en su empresa, su bufete de abogados o su consulta privada. Es la aplicación del principio de las relaciones sociales como base asociada al éxito que lleva cerca de doscientos años vigente en el elitista mundo de las universidades norteamericanas de la Ivy League. Si te codeas con lo mejorcito de la sociedad terminarás teniendo tu lugar en sus círculos, aunque sólo sea por haber compartido cuarto en la fraternidad con un descerebrado que termina siendo presidente de los Estados Unidos. Es el nepotismo trasladado a una vida moderna en la que abundan ya los hijos únicos, la amistad nacida en el campus como sustituto de los lazos familiares para conseguir medrar en la vida.
¿Y qué pasa con quienes tengan claro que lo realmente importante es tener una formación de raíz humanista? ¿Qué sucede con los que eligen determinados estudios en base a una vocación? ¿Y con los que no puedan permitirse acceder a ellos por falta de recursos? Si ni siquiera existe la posibilidad de pasar por la experiencia universitaria dando espectáculo en una cancha de deportes, ¿qué opciones tienen los no privilegiados?
Puede que se vuelva a recuperar la conciencia de clase que los últimos tiempos ha desaparecido engullida por el acceso popular a la riqueza material y el crecimiento de la burguesía como escalafón social amortiguador entre ricos y pobres. Puede que algunos de los hijos de los pequeños burgueses (de trabajadores con contrato fijo, funcionarios, autónomos, pensionistas, políticos de izquierda izquierda, etc.) estudien para educar sus mentes en el librepensamiento, alejados de promesas de brillantes horizontes laborales, buscando tan sólo el conocimiento. Puede que estos sean el futuro para un movimiento social que busque el bien común frente al individualismo imperante, los que cuestionen realmente el sistema global, los que hagan cotizar de nuevo los valores que nunca debieron salir de la educación universitaria.
O puede que no, que sigamos por la senda de la sociedad norteamericana y nos conformemos con lo que hay, que estos chicos decidan que no merece la pena estudiar una carrera si puedes encontrar trabajo nada más terminar el bachillerato o el FP, casarte y tener hijos, consumir en la medida de tus posibilidades; disfrutar de la cultura popular en espectáculos de camionetas que destrozan otras camionetas; vivir en la ignorancia para ser felices y comer McPerdices.
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