miércoles, 11 de diciembre de 2013

Mentalidades que no cambian

En el reciente Encuentro Internacional de Arqueología del Suroeste Peninsular, que como viene siendo habitual se celebró en Aroche/Serpa hace un par de semanas, quedó claro que la arqueología sigue siendo una disciplina anclada en el pasado. Y no sólo por su vinculación a la Antigüedad, pocas comunicaciones presentadas sobre arqueología industrial o sobre etapas recientes de la Historia, sino por la vista incapacidad de la mayoría de los practicantes para aceptar que es necesario cambiar de mentalidad respecto a su carácter de ciencia social. La críptica que acompaña al colectivo y a su producción científica se mantiene alejada de la que debiera ser su principal motivación: divulgar el conocimiento de la  manera más amplia posible. A pesar de las nuevas herramientas disponibles para la difusión sin límites, la arqueología en su sentido más académico sigue enclaustrada en los mismos cauces tradicionales: congresos, encuentros, publicaciones científicas, etc. No contentos con esto, cualquier iniciativa que pretenda abrir el conocimiento es recibida con escepticismo, cuestionando la validez de la participación social en el proceso de adquisición del saber científico.

Pero esta actitud no sólo se refiere a la participación de profanos, también a la colaboración entre la arqueología de academia y la que desempeña su labor en el ámbito profesional. Parece pervivir un espíritu decimonónico que condena el trabajo arqueológico como forma de ganarse la vida y ensalza la misma actividad cuando se practica desde los departamentos universitarios o instituciones científicas, como si el vil metal -el mismo que sostiene, o sostenía, la investigación en este campo- no fuese un requisito imprescindible para desarrollar el trabajo en cuestión, como si los académicos se alimentasen de su actividad intelectual; como si no fueran remunerados en moneda corriente. Lo peor es que esto mismo se repite entre los profesionales que trabajan en la administración cultural y los que "hacemos la calle". Los arqueólogos profesionales nos enfrentamos a una presunción de culpabilidad, a una sospecha continua de mala praxis y a un afán desmedido por el enriquecimiento a costa del Patrimonio Cultural, mientras que los arqueólogos que desarrollan su labor en la administración se otorgan la categoría de paladines de la conservación y protección, al igual que los académicos toman posesión de la verdad empírica y la ejecución primorosa. Resulta obvio que así no vamos a ninguna parte. Los problemas que afronta actualmente el Patrimonio Arqueológico son el resultado de este erróneo planteamiento, nunca subsanado por los muchos reglamentos y leyes de patrimonio promulgados. 

A este respecto es necesario mencionar que todo el abundante corpus legislativo existente es papel mojado. La aplicación del mismo está siempre supeditada a condicionantes poco relacionados con el carácter científico de la arqueología, a pesar de ser Andalucía una de las regiones europeas con mayor riqueza arqueológica de Europa, como lo demostró el boom de las actividades arqueológicas preventivas motivado por la fiebre constructiva de los últimos años de especulación inmobiliaria. Fue la misma administración la que se mantuvo al margen de sus obligaciones bajo la premisa de no entorpecer el desarrollo y el progreso del sector motor de la economía. Ahora, a toro pasado, es fácil echar la culpa a terceros, olvidando la permisividad y alegría con la que se autorizaron miles de actividades sin los correspondientes y necesarios avales de rigor científico.

Expuesto todo esto, es más que comprensible que la mayoría de la comunidad arqueológica esté en contra de luz y taquígrafos: no están dispuestos a dejar que sus vergüenzas sean expuestas públicamente. Sin embargo existen profesionales que no tienen nada que esconder, y que desde esta posición de superioridad ética y profesional -la que otorga el saberse no comprado nunca por nadie- siguen trabajando por hacer realidad una arqueología colaborativa, una arqueología abierta a la sociedad, una arqueología accesible y social. 

No voy a mencionar a nadie, más que nada porque no quisiera que se confundiera mi razonamiento con sentimiento, al tener mucho que agradecer a estos profesionales que me enseñaron a mantener una ética profesional por encima de todo. Dejaré que aquellos interesados en el tema busquen en las actas del encuentro el proyecto que, a mi entender, simboliza todo a lo que debemos aspirar los que practicamos la arqueología.

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