lunes, 16 de diciembre de 2013

La Grande Bellezza

Sorrentino ha conseguido recuperar algo del espíritu de la Roma de La Dolce Vita en esta cinta de preciosista fotografía y excelente reparto, aquel espíritu de bacanal clásica en el disfrute de la vida pero sin ninguna concesión a la ciudad que se mueve en la miseria tras las bambalinas. El neorrealismo cinematográfico parece haber sido un mal sueño, consecuencia de un atracón pasajero de fascismo, guerra y desigualdad social secular. Es hora de la cinematografía de la fantasía. 

Sorrentino, no se sabe si de forma consciente, ha retratado a la sociedad pudiente de la Europa del sur, la misma que sigue disfrutando de los placeres de la vida a pesar de la crisis económica, esa casta inmortal de vividores que nunca desaparece por muchas revoluciones que vengan. Pero es que no puede ser de otro modo en una vieja Europa que vive de su pasado esplendor. Las ciudades de lo meridional del viejo continente necesitan de esta clase para ser plenamente apreciadas en su belleza, aunque sea a través de su uso como escenario de un modo de vida superficial. El protagonista, Gep Gambardella, es un escritor de elegantes maneras y vida disipada que no encuentra un momento para volver a ponerse a escribir. Su primera y única novela, publicada a los 20 años, es la llave que le abre la puerta al mundo del placer de disfrutar de la belleza de la ciudad eterna desde una óptica sensible, a pesar de las fiestas orgiásticas y el resto de la vida social a la que se debe para seguir siendo un habitante privilegiado de la ciudad del Tíber.

Una película para disfrutar en versión original, en pantalla grande. 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Castillo de San Sebastián

De nuevo se cierne sobre el Castillo de San Sebastián un peligro inminente: la intervención material sobre el BIC sin tener en cuenta la protección del mismo. El Ministerio de Medio Ambiente y el Ayuntamiento de Cádiz pretenden seguir el procedimiento apresurado de la desafortunada intervención anterior: pequeñas actuaciones que poco a poco vayan alterando el Bien Cultural sin provocar demasiada polémica, todo para evitar cumplir con la LPHA que claramente exige un proyecto de conservación previo a cualquier intervención en un BIC.

El Ayuntamiento esgrime como siempre el mismo argumento: que las obras en el conjunto son una mejora para la oferta cultural de la ciudad. Medio Ambiente, y su empresa servil, TRAGSA, seguirá haciendo lo que le plazca, o al menos lo intentará, desde su prepotente torre de marfil ministerial.

Lo que debería preguntarse la sociedad gaditana es porqué no se pone a disposición de todos los ciudadanos un espacio tan significativo, sobre todo existiendo un tejido asociativo bien seguro dispuesto a dotarlo de vida, como se vio por la experiencia de Valcárcel. Sería de justicia, para los barrios limítrofes y para toda la población del casco histórico, que se pudiera utilizar el recinto para una experiencia de socialización del patrimonio, algo no reñido en manera alguna con el uso que, hasta la fecha, se le ha dado al castillo desde su apertura.

Pero me temo que no es esa la intención. Existen intereses económicos que pocos llegan a prever en esta valorización apresurada del BIC, bastante alejada de su importancia como elemento patrimonial. Esperemos que la Delegación Provincial de Cultura esté al quite de las maniobras del gobierno central y el local. Yo, al menos, voy a estar vigilante, sobre todo después de ser testigo directo de las vicisitudes sufridas por el conjunto durante las últimas obras. 

Mentalidades que no cambian

En el reciente Encuentro Internacional de Arqueología del Suroeste Peninsular, que como viene siendo habitual se celebró en Aroche/Serpa hace un par de semanas, quedó claro que la arqueología sigue siendo una disciplina anclada en el pasado. Y no sólo por su vinculación a la Antigüedad, pocas comunicaciones presentadas sobre arqueología industrial o sobre etapas recientes de la Historia, sino por la vista incapacidad de la mayoría de los practicantes para aceptar que es necesario cambiar de mentalidad respecto a su carácter de ciencia social. La críptica que acompaña al colectivo y a su producción científica se mantiene alejada de la que debiera ser su principal motivación: divulgar el conocimiento de la  manera más amplia posible. A pesar de las nuevas herramientas disponibles para la difusión sin límites, la arqueología en su sentido más académico sigue enclaustrada en los mismos cauces tradicionales: congresos, encuentros, publicaciones científicas, etc. No contentos con esto, cualquier iniciativa que pretenda abrir el conocimiento es recibida con escepticismo, cuestionando la validez de la participación social en el proceso de adquisición del saber científico.

Pero esta actitud no sólo se refiere a la participación de profanos, también a la colaboración entre la arqueología de academia y la que desempeña su labor en el ámbito profesional. Parece pervivir un espíritu decimonónico que condena el trabajo arqueológico como forma de ganarse la vida y ensalza la misma actividad cuando se practica desde los departamentos universitarios o instituciones científicas, como si el vil metal -el mismo que sostiene, o sostenía, la investigación en este campo- no fuese un requisito imprescindible para desarrollar el trabajo en cuestión, como si los académicos se alimentasen de su actividad intelectual; como si no fueran remunerados en moneda corriente. Lo peor es que esto mismo se repite entre los profesionales que trabajan en la administración cultural y los que "hacemos la calle". Los arqueólogos profesionales nos enfrentamos a una presunción de culpabilidad, a una sospecha continua de mala praxis y a un afán desmedido por el enriquecimiento a costa del Patrimonio Cultural, mientras que los arqueólogos que desarrollan su labor en la administración se otorgan la categoría de paladines de la conservación y protección, al igual que los académicos toman posesión de la verdad empírica y la ejecución primorosa. Resulta obvio que así no vamos a ninguna parte. Los problemas que afronta actualmente el Patrimonio Arqueológico son el resultado de este erróneo planteamiento, nunca subsanado por los muchos reglamentos y leyes de patrimonio promulgados. 

A este respecto es necesario mencionar que todo el abundante corpus legislativo existente es papel mojado. La aplicación del mismo está siempre supeditada a condicionantes poco relacionados con el carácter científico de la arqueología, a pesar de ser Andalucía una de las regiones europeas con mayor riqueza arqueológica de Europa, como lo demostró el boom de las actividades arqueológicas preventivas motivado por la fiebre constructiva de los últimos años de especulación inmobiliaria. Fue la misma administración la que se mantuvo al margen de sus obligaciones bajo la premisa de no entorpecer el desarrollo y el progreso del sector motor de la economía. Ahora, a toro pasado, es fácil echar la culpa a terceros, olvidando la permisividad y alegría con la que se autorizaron miles de actividades sin los correspondientes y necesarios avales de rigor científico.

Expuesto todo esto, es más que comprensible que la mayoría de la comunidad arqueológica esté en contra de luz y taquígrafos: no están dispuestos a dejar que sus vergüenzas sean expuestas públicamente. Sin embargo existen profesionales que no tienen nada que esconder, y que desde esta posición de superioridad ética y profesional -la que otorga el saberse no comprado nunca por nadie- siguen trabajando por hacer realidad una arqueología colaborativa, una arqueología abierta a la sociedad, una arqueología accesible y social. 

No voy a mencionar a nadie, más que nada porque no quisiera que se confundiera mi razonamiento con sentimiento, al tener mucho que agradecer a estos profesionales que me enseñaron a mantener una ética profesional por encima de todo. Dejaré que aquellos interesados en el tema busquen en las actas del encuentro el proyecto que, a mi entender, simboliza todo a lo que debemos aspirar los que practicamos la arqueología.

domingo, 13 de octubre de 2013

El porqué del Proyecto de Conservación para dummies

No es ningún secreto que, con la crisis, la dotación siempre precaria de los presupuestos asignados a Patrimonio Cultural se ha visto reducida. No sólo en lo que a la ejecución de más que necesarios proyectos de intervención sobre Bienes Culturales se refiere, sino también en lo que afecta al personal de las administraciones públicas. Parece que la idea aceptada es la de una administración que sólo debe encargarse de eso mismo, de administrar, entendiendo el término como procedimiento para dar respuesta a las necesidades puntuales de los administrados; obviamente, la gestión del Patrimonio Cultural  Material es algo secundario para nuestros gobernantes, asumiendo esta como toda una serie de políticas de conservación, rehabilitación, investigación, etc., sobre el mismo. Sólo así es comprensible que, tras la vorágine de actividad derivada de la burbuja de la construcción y el desarrollo de infraestructuras, una vez cesa la actividad administrativa, se prescinda de gran número de personal de las delegaciones provinciales, la Dirección General de Bienes Culturales y otros organismos relacionados con los Bienes Culturales. 

¿Cómo afecta esta circunstancia? De momento, se han reducido las labores de inspección y vigilancia, bajándose la guardia y permitiendo que se produzcan afecciones irreparables. Las comisiones provinciales, si bien nunca han tenido más papel que el de comparsas de los intereses políticos  regidores de cada delegación, ahora lo tienen peor que nunca. No es muy probable que se puedan manifestar desfavorablemente a cualquier proyecto que vaya envuelto en los falsos oropeles de la creación de empleo o la no afección presupuestaria para la administración. Empiezan a ser cada vez más frecuentes actuaciones sobre Bienes Culturales promovidas por colectivos de forma altruista, lo que no estaría mal si no fuera porque no suelen cumplir con el principal requisito para intervenir en estos según la LPHA*:

Artículo 21 Proyecto de conservación e informe de ejecución


1. La realización de intervenciones de conservación, restauración y rehabilitación sobre bienes inscritos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz exigirá la elaboración de un proyecto de conservación con arreglo a lo previsto en el artículo 22.


2. Al término de las intervenciones cuya dirección corresponderá a personal técnico, se presentará a la Consejería competente en materia de patrimonio histórico un informe sobre la ejecución de las mismas en el plazo y con el contenido que se determinen reglamentariamente.


Artículo 22 Requisitos del proyecto de conservación

1. Los proyectos de conservación, que responderán a criterios multidisciplinares, se ajustarán al contenido que reglamentariamente se determine, incluyendo, como mínimo, el estudio del bien y sus valores culturales, la diagnosis de su estado, la descripción de la metodología a utilizar, la propuesta de actuación desde el punto de vista teórico, técnico y económico y la incidencia sobre los valores protegidos, así como un programa de mantenimiento.     

No lo digo yo, es lo que recoge la legislación; aunque, para ser sinceros, la nula aplicación de esta parte de la LPHA es de sobra conocida, por no mencionar la arbitrariedad con la que se exige o no éste, dependiendo de la provincia que se trate. Para cumplir con las expectativas que pueda haber generado el título de esta entrada, pasaré a explicar el porqué de este proyecto de conservación de la manera más sencilla posible.

Imaginemos que vamos a intervenir en un edificio histórico. Antes de hacerlo, deberá redactarse un proyecto de intervención que delimite las actuaciones previstas y que incluya una dotación presupuestaria, no sea que empecemos a desmontar las cubiertas (necesitadas de una rehabilitación urgente) y, cuando vayamos por la mitad, nos quedemos sin dinero para seguir. Creo que hasta aquí todo claro, lógico, aceptable en la medida de la inteligencia media. Atendiendo a la misma razón, necesitaremos que ese proyecto lo dirija un profesional cualificado, no vale con tener un maestro albañil especializado en reparar tejados, de ahí lo de personal técnico, aunque la ejecución material la desarrolle un experto alarife. 

Antes que nada, deberemos recabar información sobre el bien en cuestión en los diferentes aspectos a tener en cuenta, incluyendo sus valores culturales; de no hacerlo así, podemos terminar afectando parcelas no tangibles. Como ejemplo podría usar el tema de los revestimientos utilizados en muchas rehabilitaciones recientes sobre arquitectura defensiva: un castillo es, en la percepción colectiva, un edificio de acabados en piedra o tapial; cuando se decide alterar esa imagen aceptada, aunque los estudios previos señalen que una vez estuvo acabado en perlita o a franjas de colores, la respuesta de la sociedad puede ser contraria a esa alteración. Si, además, no se contempla un programa de mantenimiento y los revestimientos elegidos terminan cayéndose a los meses de ser aplicado, no digamos.

Al contrario de lo que pueda parecer, el cumplir con los sencillos criterios expuestos en la LPHA, propicia que las intervenciones tengan las garantías necesarias. Emprender un trabajo tan delicado, como es siempre la intervención sobre elementos de nuestro Patrimonio Cultural Material en base a pequeñas actuaciones, sin una visión integral del objeto de nuestra labor, es cuanto menos arriesgado y falto de miras. En este caso, la máxima de "lo barato sale caro", cobra mayor sentido en cuanto será un precio que no sólo pagaremos nosotros, sino también las generaciones venideras. 




*Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del Patrimonio Histórico de Andalucía




lunes, 23 de septiembre de 2013

Sobre el Encuentro Internacional de Arquitectura Contemporánea en Ciudades Históricas

Clausurado el encuentro es hora de hacer balance, más que nada para determinar si el temor que expresé en la entrada anterior acerca de la intención del evento estaba fundamentado o no. Desde luego, tras la inauguración del encuentro, quedó reforzada la idea del mismo como instrumento publicitario del ayuntamiento; quedó claro el posicionamiento ideológico del consistorio sobre lo que significa que te incluyan monumentos en la lista de Patrimonio Mundial: adornar el escaparate de una ciudad que, como bien señalaría Pedro Salmerón en su intervención, tiene pendiente la asignatura de mirar la ciudad desde otros puntos geográficos y no sólo desde el centro histórico. Es sabido que Sevilla, a partir de su expansión urbanística fuera del recinto amurallado y sin contar con los arrabales históricos, ha seguido una deriva poco recomendable para cualquier ciudad: la planificación de su trazado urbano se ha producido sin reflexión, a golpe de estímulos, la mayoría económicos, que fomentaban la construcción de nuevos barrios. Cierto es también que hubo excepciones en las que se llevaron a cabo desarrollos urbanísticos con acierto, pero estos pronto quedaron sólo como referencia para posteriores expansiones desordenadas sobre el territorio circundante, volviendo a imperar el caos sobre la planificación.


Un ejemplo de lo dicho: el crecimiento de la ciudad hacia el noreste, a partir del antiguo casco histórico. Si alguien me explica a qué proceso planificado de urbanismo responde, lo agradecería, porque para mi es un caso claro de rellenado de espacios sin más.


El problema es que, metidos en el siglo XXI, seguimos sufriendo los problemas derivados de esta ausencia de planificación, sin que parezca existir un ánimo claro de ir subsanando las deficiencias de un sistema urbano heredado. Como bien se ha visto en el encuentro, hay diferentes formas de afrontar el problema, siendo la vía de la regeneración del espacio urbano la idónea para el caso de la capital hispalense, acompañada de políticas de mejora de las áreas consideradas residuales o secundarias: accesos, río, periferia, etc. Por desgracia, cuando Pedro Salmerón desgranaba ante la audiencia del encuentro su visión sobre cómo debería ser el futuro de Sevilla, el alcalde no se encontraba presente, persiguiendo la inclusión de Torre del Oro y Plaza de España en la lista de Patrimonio Mundial en lugar de plantearse un punto de inflexión necesario: la mirada integral al fenómeno urbano local. El regidor que pasará a la historia será aquel que haga de Sevilla una ciudad para que el colectivo de sus habitantes, y no sólo unos pocos privilegiados, pueda disfrutar de calidad de vida. 

No pude evitar cierto sonrojo cuando escuché decir que Sevilla era una de las grandes capitales europeas. Se que tiene la potencialidad de serlo, pero estamos muy lejos de poder afirmar tan cosa. Ver la presentación que sobre Amsterdam hizo Esther Agricola, directora de la Monuments & Archaeology Office de la ciudad, y envidiar el adelanto que nos llevan respecto al tema, fue todo uno. 

En definitiva, acudir al encuentro ha sido enriquecedor: he podido conocer otras formas de entender la problemática que se suele derivar de la coexistencia de lo heredado con lo contemporáneo, unas más afortunadas que otras. Por desgracia, a pesar de su presencia por alusiones, faltaron las aportaciones de los colectivos sociales que defienden el Patrimonio Cultural de la ciudad. Perder esta oportunidad para el diálogo es una muestra de soberbia que nos aleja del carácter democrático que debería tener esta sociedad. Sin la participación ciudadana no puede haber un resultado consensuado, lo que llevará a más conflictos.

Como conclusión he de aceptar que ninguna de las ciudades que he visitado por Europa son bonitas de principio a fin: todas tienen áreas deprimidas y deprimentes, pero no puedo olvidar mi chovinismo sevillita y no afirmar que estoy seguro de  las posibilidades de la ciudad para mejorar de forma ostensible. Lo que espero es que no nos quedemos en el disfraz estético, muy del barroco efímero local, y vayamos a transformar las causas de los problemas, no sólo los efectos.



viernes, 13 de septiembre de 2013

Encuentro Internacional sobre Arquitectura Contemporánea en Ciudades Históricas

Durante los días 17, 18 y 19 de septiembre de 2013 se va a celebrar en Sevilla un Encuentro Internacional sobre Arquitectura Contemporánea en Ciudades Históricas. La organización corre a cargo del Ayuntamiento de Sevilla y colaboran el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el Centro de Patrimonio Mundial de la UNESCO, ICOMOS y la Organización de Ciudades Patrimonio Mundial.

Voy a acudir al mismo con la extraña sensación de ir a un foro unilateral sobre la materia y, a continuación, explico porqué:

Los ponentes del encuentro son, que duda cabe, profesionales de reconocido prestigio, pero me pregunto si no contamos en la ciudad que acoge el encuentro con arquitectos de parejo o mayor nivel que pudieran participar para dar su visión del tema tras este evento: la polémica provocada por la Torre Pelli. Puede ser porque, no nos engañemos, el concurso de tamaña lista de cráneos privilegiados responde a la necesidad del organizador principal de acallar las voces críticas con el proyecto, entre las que se encontrarían gran número de sevillanos no poco conocedores del binomio Arquitectura/Ciudades Históricas. 

No voy a ser yo el que ponga en duda el espíritu democrático de esta reunión de legionarios de Le Corbusier Rey, pero no deja de chirriar la nula participación de la ETSA frente a la de la  ETSAM. Parece que la presencia de Román Fernández-Baca, como director del IAPH, será la única concesión a la voz de las ausencias destacadas. Para que todo el mundo me entienda, propios y extraños: tengo la impresión de que seré espectador de un R. Madrid-Sevilla pero sin igualdad de condiciones, con el equipo visitante en alineación completa frente a un equipo local tan sólo representado por el guardameta.

Por otro lado, si bien la secretaría técnica del encuentro corre a cargo de la sevillana Atril Congresos, la secretaría científica recae sobre Gaia Heritage. Debe ser también que aquí en Sevilla, Andalucía, España, Península Ibérica, incluso Unión Europea, no hay empresas que se puedan hacer cargo de tan especializada tarea, con lo que hay que recurrir a una que tiene su sede en Beirut, Líbano. Y que conste que no está en mi ánimo criticar tal extremo, sobre todo conociendo el carácter de los naturales de este pacífico país mediterráneo. Supongo que será para que el Sr. Zouain, a la sazón uno de los ponentes del encuentro, ya que es su director general aproveche el viaje. Todo sea por recortar gastos, faltaría más.

Habrá quien se pregunte, dada mi opinión acerca de cómo se ha montado este mitin, para qué acudo al mismo. La respuesta es bien sencilla: quiero comprobar si estoy equivocado y la sensación de la que hablaba al principio de esta entrada es debida a mi paranoia acerca de conspiraciones mil, o si estoy en lo cierto y esto es un montaje para hacer creer a la opinión pública que la Torre Pelli es hasta buena para la Sevilla Patrimonio Mundial. De todos modos, mientras no pase el tiempo y la citada construcción no sea motivo de portada de Feria de Abril, los sevillanos no darán su visto bueno.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Derribos S.A.

En Cádiz está trayendo cola, de la de esnifar, no la de esperar en el Mercadona de Puntales, el tema de los edificios del Olivillo y la Náutica. Y digo esto porque parece que el destino del patrimonio edificado de la ciudad se juega entre niños de colegio de primaria, intoxicados con los efluvios del Imedio (de nuevo aclaro: del pegamento, no del presentador), en un enrevesado tira y afloja de y tú más, arrieritos somos, me como una y me cuento veinte. 

Para diluir este ambiente, tan gaditano y tan secula seculorum, de cuitas y pendencias políticas, se llama a expertos para que diriman estas en singular combate dialéctico; cada vez que se plantea la demolición de un edificio sucede lo mismo: se recurre a los especialistas según conviene. Sucedió en el conflicto de la Aduana, en el cual eran las posiciones contrarias a la presente: el ayuntamiento quería derribar y la Junta no. 

Fin de la primera parte y cambiamos de portería e incluso de camisetas. Segunda parte: la Junta afirma que los edificios en liza son ruina pura y que hay que derribarlos, incluso si luego se tienen que volver a levantar, no será por falta de medios económicos; si hay dinero para contratar 23 millones de euros con Microsoft en detrimento del uso del software libre, seguro que lo hay para tirar dos edificios como el Olivillo y la Náutica. El Ayuntamiento se opone, argumentando el valor singular de las construcciones, lo que no deja de ser sorprendente, habida cuenta de la facilidad con la que este tipo de cuestiones se solventan cuando se trata de otros tipos de patrimonio, sea la arquitectura vernácula gaditana, el rico patrimonio arqueológico, el ignorado patrimonio industrial, etc.

Es el mismo problema de los triángulos amorosos, con la salvedad de ser este un triángulo en el que no se ve por ningún lado el amor, mas los intereses creados. La víctima, como siempre, el Patrimonio Cultural de la ciudad de Cádiz que, si bien llena la boca del chovinista local a la hora de reivindicar centros culturales como destino para todo aquel espacio recuperado posible, no termina de creerse querido por una población que se mantiene al margen de su condición de propietaria del mismo. Acostumbrados ya a dejar que los interpretes de la voluntad popular hagan su ídem con la herencia recibida, asistimos resignados unos e indolentes otros, a la conversión de este legado en moneda de cambio entre las tradicionales fuerzas vivas en eterna disputa. 

Mientras se discute, la empresa que derriba todo en Cádiz sin ser siquiera de Cádiz, espera el momento de recibir la llamada para acudir presta al derribo, o como dirían algunos expertos, a la deconstrucción.

lunes, 29 de julio de 2013

Vuelta a los comienzos de la arqueología

Noto desde hace algún tiempo un turbio regusto por reivindicar la cara más popular de la arqueología, la de los aventureros, saqueadores de tumbas y coleccionistas de cacharros, frente a los esfuerzos denodados de los profesionales por cambiar los tópicos acerca de la disciplina. 

Pseudo-arqueólogos, por llamarlos de alguna manera, invaden competencias que, según la legislación vigente, están claramente acotadas y reguladas por la administración, la misma que hace la vista gorda ante la irrupción de estos advenedizos, practicantes de una forma burda de descubrir el pasado que creíamos olvidada. Se hacen más y más frecuentes, gracias a la democratización de la comunicación facilitada por el acceso libre a la red de redes, artículos de tema presuntamente arqueológico -que no son más que un remedo de la práctica habitual en el ambiente académico de publicar refritos de datos provenientes de fuentes clásicas, desprovistos de constatación a través de resultados de actividades arqueológicas, para proporcionar titulares sensacionalistas. Internet está lleno de webs en lo que se postula esta forma de conocimiento frente a lo establecido: de las teorías de los extraterrestres como dioses de la Antigüedad a las más peregrinas tesis acerca de ciudades y civilizaciones perdidas. Lo más grave es que, incluso los medios de comunicación tradicionales, dan pábulo a muchas de estas noticias. Espero que no pretendan luego que me solidarice con su causa frente al intrusismo profesional en el periodismo.

La televisión, no podía ser de otro modo, hace su parte también para sacar provecho del gusto popular por esta pseudo-arqueología: no he visto todavía ningún programa en el cual se muestre la realidad de la práctica científica de nuestra profesión, con algunas excepciones de producción anglosajona.

Mientras, desde los ambientes científicos y académicos se mantiene la impostura del conocimiento arqueológico como algo reservado a un pequeño círculo de iniciados, ajenos a todo lo que se mueve bajo las alturas de su torre de marfil. Están por encima del bien y del mal, así que estas cuestiones desprovistas de bagaje filosófico y erudito les resbalan como gotas de lluvia sobre un plástico.

Me pregunto porqué sigo trabajando dentro de la ley, cumpliendo con los reglamentos y las exigencias de la administración, cuando podría estar ejerciendo de pitero y beneficiándome de la indolencia general acerca de nuestro patrimonio arqueológico. Hace años tuve que aguantar que uno de estos sujetos, a la sazón reconocido artista plástico en galerías madrileñas para burgueses acomodados, me dijera que los arqueólogos no teníamos ni idea, que él tenía en casa una colección de objetos arqueológicos de gran valor; según este individuo, sólo había que saber buscar con una azadilla en el campo. Por San Harris que tuve que aguantarme las ganas de abrirle la cabeza allí mismo y tirarlo al pozo con una piedra al cuello. 

Lo peor es que, después de 15 años de práctica profesional, empiezo a pensar que tenía razón. Volveremos a la época del salacot y la comitiva de porteadores de color en busca de un lugar donde excavar para extraer tesoros, sólo que esta vez lo haremos pensando que sigue siendo ciencia.


miércoles, 24 de julio de 2013

Primeras impresiones sobre el anteproyecto de la ley de mecenazgo

El papel del Estado es correr riesgos y apostar por la cultura menos popular. 

Donald Sassoon




El anteproyecto de la ley de mecenazgo en Andalucía nace con una tara congénita, heredada del concepto de industria cultural que se ha manejado estos últimos años, cuyos síntomas son:

-La excesiva preocupación por atraer la inversión privada hacia la madeja de instituciones públicas que han controlado el cotarro hasta la fecha.

-Olvidar que el crecimiento del sector cultural en Andalucía se debe a la iniciativa de numerosos profesionales que, con proyectos personales/empresariales al margen de las corrientes oficialistas, contra todo pronóstico y a pesar del clientelismo patrocinado por la administración, han conseguido desarrollar actividades culturales de forma exitosa.

-Desconfianza injustificada hacia esta cultura que se mueve fuera de los cauces reglamentados y sin  motivaciones espurias, sobre todo desde el momento en el cual se produce un beneficio económico para los promotores de cualquier actividad que incluya el término 'cultural'.

-Excesiva tendencia a acaparar recursos económicos para sostener el engranaje administrativo de la gran variedad de institutos, centros, fundaciones, empresas públicas, etc., que existen como administración paralela, con no otro objetivo que el de mantener bajo control el tradicionalmente díscolo mundo de la cultura (ahora ya existe un cuadro de mandos debidamente instruidos por comisarios políticos al efecto que, desde sus púlpitos de rocalla dorada, defienden cualquier decisión de sus patrones so pena de caer en el ostracismo).

Dicho todo esto, es evidente que la futura ley parte desde un punto de partida erróneo: pensar que los que aquí no chupamos de la gran teta, nos chupamos el dedo a falta de pezón. Disfrazan de utilidad pública lo que no es más que inversión interesada. Lo más probable es que se produzca una polarización aún más acusada entre dos partes diferenciadas de la cultura andaluza: la que comulga con los intereses, presuntamente progresistas, del establishment y la que no se doblega ante el pensamiento único disfrazado de interés general. Si no me equivoco en mi pronóstico, los proyectos culturales de siempre seguirán recibiendo dádivas de la administración a través de estos nuevos mecanismos tributarios y fiscales; los proyectos culturales que realmente son de interés público, porque despiertan la conciencia de la sociedad andaluza y la hacen salir de su sopor galbanero, seguirán siendo minoritarios actos de locos iluminados y outsiders.

Para mi gusto, y barriendo para casa, sería mucho más adecuada una ley que fomentara el trabajo en el ámbito cultural con adecuados incentivos a las actividades desarrolladas por cualquiera de las disciplinas involucradas en el trabajo sobre Patrimonio Cultural y que beneficiaran directamente a los actores de las mismas; o lo que es lo mismo, y citando literalmente el anteproyecto a: las personas físicas o jurídicas que, con domicilio fiscal y, en su caso, social en el territorio de la Comunidad Autónoma de Andalucía, en nombre propio, de manera habitual y con ánimo de lucro se dedican a crear, editar, producir, reproducir, documentar, promocionar, difundir, comercializar y/o conservar, servicios o productos de contenido cultural.  

Todo lo que suponga colocar intermediarios entre el mecenas y el beneficiario final de su aportación a la cultura, de forma que se siga manteniendo el control político sobre la misma, me parece un retraso y un lastre para un sector que promete ser uno de los principales motores de la economía andaluza, en cohabitación con el turismo. Está bien que se controle el tema, más que nada para evitar prácticas irregulares como las que, tristemente a diario, vemos salir a relucir en tribunales y titulares de prensa. Ahora bien, de ahí a institucionalizar el mecenazgo, para que sirva de Atlas sustentador de la bóveda celeste que unos pocos disfrutan sobre sus cabezas, hay una gran diferencia. 

         




Enlace al anteproyecto de ley de mecenazgo:

http://www.juntadeandalucia.es/culturaydeporte/web/html/sites/consejeria/general/Galerias/Adjuntos/destacados/anteproyecto_ley_mecenazgo.pdf

viernes, 12 de julio de 2013

Patrimonio Ficción


La transformación es algo intrínseco a la vida. Debemos intervenir para conservar y muchas veces transformar, porque el monumento nunca es una cosa fija en sí mismo, mas se transforma en la trayectoria del tiempo.


Haroldo Gallo (1)



Como bien apunta la cita que prologa esta entrada, todo está sujeto a transformación, y más en este mundo vertiginosamente cambiante que hemos construido bajo el imperio de la velocidad y las prisas. El Patrimonio Cultural empieza a ser una idea, una serie de conceptos intangibles y sujetos a valoraciones renovada de continuo desde el conocimiento, frente a la tradicional concepción del mismo como materialidad inmutable e inseparable de su entorno físico. Esto parece provocado por la aceptación de una realidad insoslayable: al igual que los recursos naturales son finitos, el espacio sobre el cual hemos desarrollado las diferentes realidades culturales que conforman el mundo tal y como lo conocemos también está limitado por las dimensiones del planeta; parece una obviedad y un planteamiento basado en un futuro lejano, pero no estamos más que a una generación de empezar uno de los cambios más significativos de la historia de la Humanidad: las condiciones de vida en determinadas áreas geográficas van a cambiar hasta el extremo de forzar verdaderos movimientos migratorios en masa en busca de mejores condiciones para el asentamiento de la población. Puede parecer, repito, una visión catastrófica y exagerada teniendo en cuenta la capacidad de nuestra especie para adaptarse al medio, pero en las zonas costeras por ejemplo, dentro de 100 años, todo aquel que no tenga branquias de serie lo va a tener difícil para hacer una vida normal (2). 

Así, si admitimos que estos cambios son inevitables, tendremos que llegar a la conclusión de un futuro poco halagüeño para el Patrimonio Cultural material inmueble. Pongamos como ejemplo el de la ciudad de Venecia que, a pesar del Proyecto Moises, está condenada a ser devorada por las aguas. ¿Habría que organizar una operación de salvamento similar a la llevada a cabo con motivo de la construcción de la presa de Assuán? Muchas voces surgirán abanderando tal empresa para salvaguardar la ciudad de los canales, estoy seguro. Mientras, en otras partes del mundo menos reconocidas y valoradas, los océanos engullirán la obra del hombre sin que nadie repare en ello. Uno de los factores que influirán en este hecho, sin duda, será que la preocupación principal de los habitantes de estas áreas estará en la mera supervivencia. Nada nuevo bajo el sol: la historia está repleta de hechos similares que llevaron al colapso de civilizaciones enteras y que nos han proporcionado excitantes descubrimientos arqueológicos bajo la selva otrora impenetrable. El problema en este caso es que, con una población mundial en aumento exponencial, al igual que habrá que plantear alternativas al consumo irresponsable para disponer de alimentos y agua potable para todos, tendremos que aceptar que la prioridad es encontrar zonas para reubicar a los desplazados por el cambio climático sin problemas añadidos. 

Será momento de plantear desde la contemporaneidad una iniciativa para salvaguardar el Patrimonio Material inmueble que, dadas las tendencias más actuales, pasará por documentar en formatos aún no inventados todo aquello que sea susceptible de valoración. El Patrimonio Material se convertirá en  inmaterial por definición, en una paradójica cópula inversa entre pensamiento y obra. Claro que la percepción de lo material también será objeto de constante revisión con los avances tecnológicos que nos aguardan; quizás la contemporaneidad del futuro ni siquiera encuentre diferencia entre la experiencia por los sentidos nativos del ser humano y los adquiridos por medio de la ciencia.  Al fin y al cabo, es la quimera que siempre hemos perseguido como especie, liberarnos de las ataduras de lo físico y ser todo espíritu, aunque para ello tengamos que renunciar a lo que nos hace humanos: la apreciación de nuestro entorno a través de los sentidos y su procesamiento por la razón y el intelecto. 



(1) GALLO, H.:  Patrimonio, autenticidad e identidad. Actas del X Congreso Internacional CICOP 2010 - Rehabilitación del Patrimonio Arquitectónico y Edificación. Perspectivas contemporáneas y nuevas dimensiones del patrimonio. Chile, 2010. [Recurso en línea] Disponible en: http://www.todopatrimonio.com/pdf/cicop2010/23_Actas_Cicop2010.pdf

(2) Un estudio realizado por el experto alemán Stefan Rahmstorf  estima que en el próximo siglo el rango de subida del nivel del mar oscilará entre los 75 y 190 centímetros. Para llegar a tal conclusión se basa en el aumento del nivel del mar y la temperatura del planeta, observando lo ocurrido en el pasado. Artículo publicado en la revista Nature. 6 de Abril de 2010 (doi:10.1038/climate.2010.29) [Recurso en línea] Disponible en:  http://www.nature.com/climate/2010/1004/pdf/climate.2010.29.pdf

jueves, 11 de julio de 2013

Guerras civiles y destrucción del Patrimonio Cultural

Me resisto a denunciar la destrucción del Patrimonio Cultural en Siria por las partes en conflicto. No es que no sea preocupante, es que considero que, mientras estén perdiéndose vidas en una guerra civil, no es de recibo que andemos protestando por pérdidas materiales, por mucho que estas sean Patrimonio de la Humanidad. 

Al hilo de esto me viene a la memoria una anécdota que me contaron de nuestra guerra civil: sitiada Madrid por las tropas nacionales, llegó a la ciudad una misión de una asociación protectora de animales británica preguntando por los animales domésticos, preocupados como estaban del destino de mininos y canes en tan violenta circunstancia. Dicen que La Pasionaria les respondió que ya no había animales domésticos que salvar, que ya se los habían comido.

Con esto creo que queda clara mi opinión sobre cuál debería ser la principal preocupación de la comunidad internacional, y más concretamente de los que se consideran especialistas en Patrimonio Cultural, no otra que el destino de la población siria. Otro tanto podría aplicarse en el caso de la más que probable contienda bélica que se cierne sobre Egipto. 

martes, 18 de junio de 2013

Típicos Tópicos

A veces, tras escribir alguno de mis discursos acerca del estado de la arqueología, vuelvo a reflexionar a partir de las acusaciones que recibo de ser demasiado negativo al respecto y busco una luz que ilumine lo que yo percibo tenebroso. Como si no tuviera bastante con pasar horas y horas delante del ordenador, enfrascado en la redacción de memorias y colaboraciones en artículos, me lanzo a explorar la red de redes en pos de la esperanzadora noticia que me alegre el día. Pero la realidad es que termino encontrando más motivos para la desazón que alivio a mi optimismo bien informado, que es como Antonio Gala define su pesimismo. Leo noticias de descubrimientos arqueológicos en Egipto, como el hallazgo, por parte de  investigadores españoles, de una tumba intacta en la necrópolis egipcia de Qubbet el Hawa (1); los trabajos del CSIC en Tusculum, cerca de Roma (2); la utilidad del LIDAR para la arqueología, que en Camboya ha ayudado a documentar la complejidad de la ciudad de Mahendraparvata (3).  Por otro lado la necrópolis visigoda de Los Ahijones, documentada en Vicálvaro en 2010, con unas 800 tumbas, será destruida para construir 15.000 pisos. La Comunidad de Madrid argumenta que carece de relevancia por su mal estado de conservación y por no ser algo excepcional. Faltarán pisos en Madrid, aunque parezca que sobran con tanto desahucio, no se...

También estoy siguiendo un curso online que se llama Archaeology´s Dirty Little Secrets, impartido por la Dra. Sue Alcock, de la Brown University de Providence. Sabía que sería un curso para desterrar tópicos acerca de la disciplina, pero no esperaba que mantuviera el peor de todos: que la arqueología consiste en excavar en países lejanos principalmente, aunque esto puede entenderse en un país como los Estados Unidos, acostumbrado al colonialismo cultural desde que sustituyese a los enfermos países europeos que antes fueron también imperios. Viene como anillo al dedo con las noticias anteriormente mencionadas. Lo excepcional de la arqueología sigue siendo el descubrimiento, el hallazgo, los quince minutos de fama "warholiana" del documental mediático acerca del pasado. El público sigue pensando que lo verdaderamente importante es lo monumental, lo épico, lo mítico -no puedo dejar de pensar en el proyecto de la Atlántida en Doñana-, mas nunca lo que tenemos bajo el suelo que pisamos cada día en nuestras ciudades y pueblos. También parece que es requisito indispensable que el tiempo haya depositado capas y capas de estratos sobre los restos del pasado, que la antigüedad sea una característica más de lo arqueológico (no en balde la etimología del término habla del estudio de lo viejo, pero ¿acaso no hay viejos ahora mismo?) 

A pesar de los esfuerzos de muchos compañeros que dirigen proyectos para acercar la realidad de la arqueología a la sociedad, parece que los medios se resisten a colaborar en la tarea. Los titulares sensacionalistas venden más que los de verdadero interés humano y social. Parece que pocos aciertan a comprender que lo que hoy vemos como novedoso y contemporáneo no es más que la arqueología del futuro, a pesar de la condición efímera de la mayoría de la producción de nuestro tiempo; ya sea por la inmaterialidad cada día mayor de los soportes, ya por la rapidez con la cual se transforma nuestro entorno hoy día.

Como conclusión debo sacar de todo esto que no ando tan errado en mi posición recelosa acerca del futuro de la arqueología. La recientemente publicada Ley de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid tampoco ayuda mucho que digamos a paliar esta sensación de ser de "los últimos de Filipinas" en esta profesión. Mucho me temo que esto termine al contrario de cómo debiera: con una separación total entre el sector académico de la práctica (con la privatización de la educación, sería lógico pensar que las universidades que tengan la arqueología en su oferta formativa, cosa que por otro lado dudo sea posible, escogerán de seguro la vía de los proyectos de investigación internacionales) y el sector profesional o de calle, condenado a ser parte del proceso de ejecución de obras de ámbito local, mero intermediario entre la administración competente en materia de Patrimonio Cultural y los emprendedores promotores de progreso y desarrollo.



1. Hallado el sarcófago intacto del gobernador de «Elefantina»

2. Tusculum, una ciudad olvidada a las puertas de Roma, descubierta por el CSIC

3. Hallan intacta una gran ciudad medieval perdida en mitad de la selva de Camboya 

4. Madrid destruirá 824 tumbas visigodas tras excavarlas

martes, 11 de junio de 2013

Dignidad y arqueología

Hoy me ha llegado una invitación para un grupo de Facebook: P.A.D. Plataforma por una Arqueología Digna. Ni que decir tiene que es una iniciativa interesante y que me llena de esperanza acerca del futuro de esta profesión. Permítanme que les de mi opinión al respecto de la dignidad y la arqueología después de cerca de 15 años a pie de cata.


Puede parecer que los arqueólogos nos hemos olvidado de dignificar la misma, pero puedo asegurar que ha habido compañeros/as que en su tiempo libre, después de más de 10 horas al día en una intervención, han estado peleando por hacerlo acudiendo a asambleas de colegios, asociaciones, consejos de arqueología. No sólo han acudido a estos encuentros sin siquiera poder sacudirse el polvo de la obra (porque quitémonos la venda de los ojos: una intervención arqueológica se ejecuta normalmente en el marco de unos trabajos que la motivan, a no se que se trate de una de esas prístinas actividades sistemáticas que organizan las universidades, con fondos públicos, en las que cualquier  parecido con la realidad que se va a encontrar el estudiante en la calle es pura coincidencia), sino que además han tenido que quitar tiempo a sus asuntos personales para dedicar largas sesiones a planificar iniciativas con las que mejorar las precarias condiciones de la profesión. También ha habido compañeros/as que han optado por dejarse de jaleos y dedicarse a trabajar, esforzándose a diario por defender la práctica de la arqueología como una ocupación seria frente a otras ocupaciones hasta hace poco mejor consideradas a pie de obra (arquitectos, ingenieros, promotores, etc.), ejecutando sus actividades con el mayor de los esmeros y entregando informes y memorias de mayor calidad que muchos artículos para revistas de impacto que he tenido la desgracia de tener que leer. Por sus hechos los conoceréis. Ninguno está por encima de los demás: participar en el trabajo de mejorar un colectivo profesional es una elección personal que, como ya he mencionado, supone una inversión de tiempo y esfuerzo que raras veces se ve recompensada; au contraire, las más de las veces es un perjuicio para quienes tienen que representar al colectivo frente a la administración, otros colectivos profesionales, la sociedad en general. Pero seamos claros: no se cómo será en otras partes del país la capacidad de convocatoria de las secciones de arqueología. Sí se que en Cádiz la sección sigue vacante después de dos convocatorias de elecciones, ante la negativa de la actual presidenta de apoltronarse en el cargo más de una 'legislatura' (extremo anunciado por la misma nada más tomar posesión tras las elecciones de 2009 y, por cierto, tras la baja en el colegio de la anterior junta directiva de la sección -salvo una honrosa excepción- que no supo aceptar el voto de la mayoría que no los reeligió), y ante la ausencia de candidaturas. Se que a las asambleas acuden siempre las mismas personas. De un colectivo de un centenar de colegiados (por el tema del seguro profesional más que nada) tan sólo asisten a las asambleas una decena de ellos; insisto: los mismos. Ahí están los cargos a disposición de quienes quieran hacerse responsables de trabajar por mejorar la profesión previa elección democrática, aunque seguimos cubiertos por la labor de la señora Decana y el señor vicedecano, ambos son miembros en activo de nuestro colectivo profesional.

Dicho esto sigamos con la diatriba. Por otro lado está el problema de la dispersión normativa existente, basada en criterios territoriales que no de conceptos acerca de la reglamentación de las actividades arqueológicas: todas las legislaciones derivan de los mismos documentos internacionales y la LPHE, pero hay que dar trabajo a los que imprimen los boletines oficiales de cada comunidad autónoma. Luego están las interpretaciones que cada delegación provincial quiera hacer de las leyes, decretos y reglamentos; eso es otra historia. Y de controlar los presupuestos de las actividades nada de nada, so pena de parecer una dictadura comunista. No se puede meter la administración en el libre mercado. que sólo hay un arqueólogo para 12.000 metros cuadrados de yacimiento y BIC, pues vale: si tenía que dar gracias por trabajar en lo que me gusta y todo... Claro que, si se trata de una intervención auspiciada con fondos públicos y dirección científica de renombre (vulgarmente conocido como papanatas o vaca sagrada), entonces sí se preocupan de adecuar las partidas económicas a las necesidades del cerebro con salacot. Así hemos llegado a lo que hemos llegado. Y mejor no hablar de los pasados años del boom inmobiliario que han convertido los cascos históricos de nuestras ciudades en quesos gruyère sin observar el criterio de yacimiento único que define la yuxtaposición de ocupaciones que conforma el fenómeno urbano en estos lares.

Política y arqueología: mala combinación. Los políticos no aprecian los restos arqueológicos a domicilio. Ahora bien: cuando se trata de colaborar en la arqueología de allende las fronteras patrias todo son plácemes y prebendas. No es lo mismo una pirámide maya que un santuario protohistórico o una villa romana, claro... Es en lo único que se parecen las películas de Indiana Jones (lo siento: tenía que aparecer) a la realidad es que, cuando se encuentran ambas disciplinas (porque la política es disciplina, de partido, pero disciplina) terminamos rodeados de nazis y víboras. Los consejeros de Cultura y sus delegados correspondientes son normalmente el equivalente en la administración al niño al que todos roban el dinero del desayuno en el recreo. Les dan un par de proyectos estrella para que se entretengan durante los cuatro años que se supone van a durar en los cargos (si no la cagan antes y son descabezados) y a tirar millas. Están por debajo de los demás cabezas de cartel, lo saben y como tal actúan, como subalternos en espera de un logro que los catapulte de casualidad al ministerio homónimo. Las excusas son siempre las mismas: la consejería cuenta con poco presupuesto, no podemos detener el progreso, o la más reciente: los arqueólogos no ha sabido conectar con la sociedad. Intenta conectar con la sociedad cuando tengas que trabajar en una actividad arqueológica, presuntamente preventiva, con las máquinas acechando los restos que debes documentar durante 10 horas al día, con el jefe de obra queriendo darte coba a la más mínima mientras el promotor llama a las puertas de los políticos denunciando que quieres robarle por querer contratar a un antropólogo físico para excavar una necrópolis como el reglamento lo dicta; conecta con la sociedad cuando te encierran en un cercado tupido para que nadie pueda ver que se está ejecutando una intervención arqueológica dentro de la obra, a la que por cierto no puede acceder nadie sin autorización del responsable de seguridad y salud; conecta con la sociedad cuando después de las diez horas de campo debes seguir trabajando en casa para llevar el ritmo de la intervención pero sin que nadie te pague por hacerlo, porque la obligación del promotor de la obra termina cuando obtiene el levantamiento de cautelas para su proyecto: la memoria científica, lleve el tiempo que lleve, es cosa del director de la actividad, etc., etc... 

¿Pagar por excavar? No se paga por excavar, se paga por una formación sobre el terreno. Tampoco esto es nuevo: pagar no he pagado más que con tiempo y dedicación (a cambio de la oportunidad de ser el primero que ve un pavimento de signinum tras dos mil años de olvido bajo siglos de escombros y desechos, de trabajar como peón para aprender desde abajo con los mejores); esto es algo que todos los que empezamos con pico y pala en un solar urbano, allá por mediados de los 90, hemos conocido.

No podemos olvidar tampoco que existen los auxiliares de arqueología que, en el caso de Cádiz por lo menos, saben lo mismo o más que muchos arqueólogos. Cuando empecé tuve que aprender a toda prisa porque debía, supuestamente, saber más que mis compañeros auxiliares por haber pasado por la facultad. Debo reconocer que todavía hoy sigo aprendiendo de estos indispensables de la arqueología a los que debemos más reconocimiento del que tienen. Si tengo la posibilidad, trabajo con peones especializados porque se lo han ganado y porque ayudan a que cualquier actividad vaya como la seda.

Personalmente, nunca aceptaría en una intervención bajo mi dirección a aficionados más allá de los límites propuestos por la community archaeology, más que nada porque por aquí se piensa equivocadamente que voluntariado o implicación de la sociedad significa mano de obra de saldo. A las escuelas taller o planes de empleo me remito, o a ciertas intervenciones restauradoras de buena fe. Hay que delimitar con claridad los límites entre profesionales y aficionados para no retroceder un siglo a los tiempos de los arqueólogos exploradores y aventureros. El título se supone que otorga capacidad profesional, a pesar del reconocimiento tácito que suponen las maestrías de lo contrario, por lo que ya no puedes ser considerado un estudiante. La vida real no es un departamento universitario donde quedarse calvo trabajando para catedráticos, titulares y asociados con la esperanza de ser 'el elegido', aunque se imponga lo opuesto a base de peinar posaderas ajenas con la sinhueso más allá del ámbito académico. ¿Dónde estaba la universidad cuando se excavaba a diestro y siniestro? ¿No podía haber colaborado más con los arqueólogos de calle en lugar de dedicar fondos públicos a preciosos proyectos de investigación que no aportaban más beneficio que engrosar el currículo de determinados popes? ¿Cuántas actividades no sistemáticas podrían haberse beneficiado de la colaboración entre la denostada arqueología preventiva o urgente y el estamento académico? A toro pasado, y en ausencia de fondos públicos que subvencionen una investigación sobre la incógnita suprema que supone averiguar si los hombres prehistóricos comían con la mano derecha o la izquierda, es muy hipócrita acusar a la arqueología de gestión de carencia de publicaciones. 

Como ya habrán deducido los que, sabiamente y conociéndome, hayan abandonado la lectura de esta parrafada identificando mi recurrente discurso acerca de la situación de la arqueología, no veo precisamente con optimismo el futuro de la disciplina, sobre todo con la que está cayendo y con la promesa del LIDAR y demás avances tecnológicos como herramientas del mañana para evitar los problemas derivados de la presencia de arqueología en un proyecto. Lo bueno es que, cada cierto tiempo, surgen iniciativas como P.A.D. Plataforma por una Arqueología Digna que me hacen recuperar la ilusión acerca del futuro de mi profesión, consciente de pertenecer a un colectivo que aún tiene mucho camino por recorrer en las botas de quienes me sucederán en la tarea de acarrear piedras Acrocorinto arriba.

Me he quedado más a gusto que Augusto...





viernes, 31 de mayo de 2013

Estudiar para el éxito

Se me ponen los pelos de punta cuando oigo relacionar educación con empleo, sobre todo en lo que se refiere a estudios universitarios de pago en hermosos campus diseñados como complejos fabriles para producir exitosos hombres y mujeres del mañana. Parece que es más fácil vender futuros de altas expectativas laborales que vender la idea de una mente crítica y realmente formada. La misión del graduado-máster-doctor (por ese orden y cuanto antes) no es otra que la de servir como elemento productivo a la sociedad, convirtiendo lo aprendido en motor de desarrollo económico para el país. Se acabó lo de pasar por la universidad para terminar trabajando de cualquier cosa. Si estudias con nosotros tienes un trabajo garantizado en tu profesión soñada. Para los trabajos peor remunerados que no quiere nadie ya están los de las universidades públicas.

Lo peor es que también relacionan el paso por esos centros de sabiduría con la vida real. Será con la vida real de quienes pueden pagar esos estudios, los que tendrán un lugar a la derecha del padre en su empresa, su bufete de abogados o su consulta privada. Es la aplicación del principio de las relaciones sociales como base asociada al éxito que lleva cerca de doscientos años vigente en el elitista mundo de las universidades norteamericanas de la Ivy League. Si te codeas con lo mejorcito de la sociedad terminarás teniendo tu lugar en sus círculos, aunque sólo sea por haber compartido cuarto en la fraternidad con un descerebrado que termina siendo presidente de los Estados Unidos. Es el nepotismo trasladado a una vida moderna en la que abundan ya los hijos únicos, la amistad nacida en el campus como sustituto de los lazos familiares para conseguir medrar en la vida.

¿Y qué pasa con quienes tengan claro que lo realmente importante es tener una formación de raíz humanista? ¿Qué sucede con los que eligen determinados estudios en base a una vocación? ¿Y con los que no puedan permitirse acceder a ellos por falta de recursos? Si ni siquiera existe la posibilidad de pasar por la experiencia universitaria dando espectáculo en una cancha de deportes, ¿qué opciones tienen los no privilegiados?

Puede que se vuelva a recuperar la conciencia de clase que los últimos tiempos ha desaparecido engullida por el acceso popular a la riqueza material y el crecimiento de la burguesía como escalafón social amortiguador entre ricos y pobres. Puede que algunos de los hijos de los pequeños burgueses (de trabajadores con contrato fijo, funcionarios, autónomos, pensionistas, políticos de izquierda izquierda, etc.) estudien para educar sus mentes en el librepensamiento, alejados de promesas de brillantes horizontes laborales, buscando tan sólo el conocimiento. Puede que estos sean el futuro para un movimiento social que busque el bien común frente al individualismo imperante, los que cuestionen realmente el sistema global, los que hagan cotizar de nuevo los valores que nunca debieron salir de la educación universitaria. 

O puede que no, que sigamos por la senda de la sociedad norteamericana y nos conformemos con lo que hay, que estos chicos decidan que no merece la pena estudiar una carrera si puedes encontrar trabajo nada más terminar el bachillerato o el FP, casarte y tener hijos, consumir en la medida de tus posibilidades; disfrutar de la cultura popular en espectáculos de camionetas que destrozan otras camionetas; vivir en la ignorancia para ser felices y comer McPerdices.

  

sábado, 25 de mayo de 2013

Aquellos descampados de mi infancia


Ayer volví a disfrutar del documental de Alberto Esteban sobre uno de los iconos de mi memoria de infancia: el Teatro Chino de Manolita Chen. Aquella carpa que se montaba en ferias de toda España es, sin duda, una parte imprescindible de la cultura popular del siglo XX. Y digo popular con sus dos significados más comunes, tanto por ser un espectáculo accesible a todas las clases sociales como por su repercusión y alcance como manifestación artística, sólo comparable en su raíces históricas al vilipendiado actualmente arte de la Tauromaquia.

El teatro de variedades o frívolo, como también se denomina este tipo de manifestación artística, tiene su origen diluido en la niebla de la historia. Es más que probable que este tipo de espectáculo, con sus variaciones lógicas a través del tiempo, se remonte a la Antigüedad pues no sólo de sesudas reflexiones y mensajes vive la dramaturgia. El teatro es un espectáculo antes que nada, una forma de entretenimiento para las masas que con el paso del tiempo ha ido disgregándose en diferentes categorías,  basada la taxonomía en los tipos de público objetivo. El teatro de variedades, que en ambientes pretendidamente cultos se asocia de forma pretenciosa con el cabaret, es uno más de los tesoros culturales que hemos dejado perecer en este país, al igual que ha sucedido con las salas de cine históricas (en origen teatros muchas de ellas) o los numerosos circos que compartían descampados con el Teatro Chino de Manolita Chen. No se si la razón ha sido la europeización forzada a la que nos han sometido bajo los dictados de la modernización y equiparación con el resto de los países de la comunidad, equivocadamente en mi opinión pues se partió de un complejo de inferioridad que no tenía base alguna. He vivido en otros países europeos y puedo afirmar que en muchos aspectos están más atrasados que España y Portugal juntos.

Aquellos descampados, frontera entre campo y ciudad, tierra de nadie, escombreras y zona de juegos para quienes tuvimos la suerte de poder disfrutar de la calle durante la infancia, fueron engullidos por el afán urbanizador de los ayuntamientos que los entregaba al mejor postor para construir nuevos edificios. Recuerdo haber visto el Teatro de Manolita Chen en el descampado que había junto a Palmete mucho antes de que existiera la SE-30, probablemente sería uno de los últimos años que estuvo en activo.

Nunca pude disfrutar en directo de la magia portátil de estos teatros itinerantes, pero gracias al trabajo de Juan José Montijano Ruiz puedo saber más de ese mundo perdido de lentejuelas y cuplés picantes. Si os interesa el tema podéis acudir a su blog para saber más y poder conseguir alguno de sus notables trabajos sobre el teatro frívolo.

http://www.manolitachen.blogspot.com.es

viernes, 17 de mayo de 2013

La línea ferroviaria Sevilla-Llerena-Mérida como recurso para el turismo cultural

Leo las noticias sobre el futuro de la línea ferroviaria Sevilla-Llerena-Mérida y me pregunto si no hay nadie con un poco de conocimiento, sazonado con una pizca de imaginación y dos cucharadas de altura de miras, que se de cuenta de lo valiosa que podría ser esta línea férrea para el turismo cultural. Cierto que el coste de ciertas rutas de ferrocarril con bajas cifras de viajeros es elevado, pero siempre se puede variar la oferta para aumentar estos números. Se da por sentado que quienes viajan de Sevilla a Mérida pueden hacerlo por carretera, especialmente desde que se abrió la Autovía de la Plata, ya sea en coche o en autobús. 

Esto no es nada nuevo: poco a poco se ha ido desmantelando la red de transportes ferroviarios buscando la rentabilidad frente a la utilidad pública, como sucedió en el Reino Unido con el gobierno de la recientemente fallecida Margaret Thatcher. La fiebre del AVE también ha cambiado el concepto de los trenes en este país, transformando lo que eran viajes interminables en trayectos 'de bolsillo' en los que apenas da tiempo de leer un libro. Pero, después de todo, ¿quién lee libros ya? En la era de los teléfonos inteligentes y los iPad hay que disponer de transportes igualmente veloces. El tiempo se inventó para ser estrujado todo lo posible, no para disfrutar de él, o al menos eso nos quieren hacer creer en esta era de prisas y ansiedad.

Sea cierto o no que todos nacemos ya con carné de conducir y utilitario a plazos, el concepto es sencillo: o coche o nada. Por supuesto que se puede estar más o menos de acuerdo con esta premisa, faltaría más, pero tras haber sido viajero frecuente de la línea Sevilla-Llerena-Mérida en los tiempos en los que era más pobre (paradójicamente más rico porque debía menos) pero sin duda más feliz, yo no puedo más que estar en contra. 

Cada quince días recogía a mi hijo del colegio y tomábamos el tren en la estación de Santa Justa en dirección a Mérida. Aquellos trayectos de cerca de cinco horas son los momentos que guardo con más celo en mi memoria: mi pequeño se pasaba el viaje mirando por la ventana ensimismado, haciendo innumerables preguntas acerca de todo aquello que hacía vibrar su curiosidad infantil según recorríamos los kilómetros de 'camino de hierro' entre origen y destino. Lo que no sabía como responder daba lugar a una historia con la que estimular su imaginación plagada de referencias históricas, seres mitológicos y futuros improbables.

Cinco horas en tren podrían parecer una eternidad para los estándares ya mencionados, y sin duda lo son si tenemos en cuenta que se puede hacer el mismo trayecto por carretera en menos de dos horas, pero el viajero que aprecia el tren (insisto, no hablo del AVE) por sus características propias, aprendidas con la práctica entre andenes y revisores, busca otra cosa cuando se decide por este medio de transporte. 

Sería un aliciente formidable que se transformara parte del convoy de vagones que hace el trayecto entre las antiguas Hispalis y Emerita Augusta en un tren turístico cultural. Estoy seguro acerca de la viabilidad de una oferta de este tipo, tanto entre turistas foráneos como población local. Incluir un vagón cafetería para poder hacer la merienda durante la primera parte del viaje proporcionaría toda una experiencia, pero no estoy hablando de un vagón cafetería con tazas de plástico, claro; un vagón restaurante clásico que diera meriendas y después, cerca del fin de trayecto, una copa; todo al estilo del Al-Andalus Express pero menos elitista.

Incluir charlas y/o conferencias acerca de la ruta que difundiera los valores del variado paisaje (y sus valores culturales) que puede contemplarse desde el tren sería todo un aliciente: Vega del Guadalquivir, dehesa y campiña de Sierra Norte, secanos de Llerena y Zafra, Tierra de Barros, Vega del Guadiana. (No voy a ir más allá de la unidad paisaje porque se presupone que ya sabemos todos lo que incluye este concepto desde el punto de vista del Patrimonio Cultural).

Al llegar a Mérida se podría optar por una visita nocturna de los monumentos más emblemáticos de la ciudad de Augusto o por disfrutar de la variada oferta gastronómica. La pernocta estaría incluida en el precio de la oferta turístico-cultural para despertar al día siguiente y visitar el Museo Nacional de Arte Romano disfrutando de una jornada más en la ciudad, o bien volver a Sevilla en sentido inverso. No se, son ideas que se me ocurren así, sin pensar demasiado.

Lo que es evidente es que, en estos tiempos de redes virtuales y topología aplicada no deberíamos olvidar las posibilidades de las reales y tangibles, como no deberíamos apostar todo al beneficio económico frente al beneficio social de ciertos servicios que han forjado nuestra memoria. Lo triste es que si pretenden desmantelar el servicio nacional de salud sin remordimientos, no creo que se paren mucho a meditar acerca de trenes inter-regionales.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Arqueología, mon amour...

Gran revuelo con la pirámide Maya de Belize*. No recuerdo tanto aspaviento cuando estas cosas sucedían a diario en nuestras ciudades y pueblos, en los entornos urbano y rural indistintamente, siguiendo los dictados del interés general y el mal entendido progreso.

Lo 'mejor' de todo es que empieza a extenderse la teoría según la cual los arqueólogos somos los responsables de no haber sabido comunicar la importancia de nuestra disciplina a la sociedad. Se supone que deberíamos haber hecho más a pesar de estar condicionados por la censura y la política de las delegaciones provinciales de Cultura, la inaccesibilidad de la mayoría de las intervenciones preventivas con la excusa de las normas de seguridad en obra, la inexistencia de la obligatoriedad a los promotores de sufragar los gastos de pos-excavación, por no hablar del desinterés de la 'arqueología académica' para con la 'arqueología comercial' (considerada como una actividad de rango inferior a aquella realizada con subvenciones/fondos públicos desde grupos de investigación), etc., etc,... 

No se puede generalizar, por supuesto. Existen siempre excepciones honrosas, como la mayoría de profesionales que han terminado teniendo que dejar la práctica de la disciplina porque nadie los contrataba al ser 'conflictivos', como las empresas que apenas sobreviven hoy día porque ha antepuesto la ética al beneficio; como los emprendedores que apostaron por el patrimonio arqueológico invirtiendo grandes sumas para gestionar adecuadamente este recurso capital y que sólo se encuentran trabas desde las administraciones e incluso rechazo social por sacar "beneficio" de la cultura (nadie piensa en los puestos de trabajo que generan) a pesar de que nadie se pueda hacer rico con ella (al menos de forma legal).

En fin, que parece que se perfila una caza de brujas para exorcizar los demonios de los excesos pasados y tenemos todas las papeletas para ser las cabezas de turco. Los arquitectos no van a catar porque para eso tienen un colegio profesional medio respetable y un corporativismo que, sin llegar a igualar el de los médicos, no se queda atrás al defender la profesión como algo colectivo frente a lo individual. Tampoco las constructoras y promotoras, pobrecitas, que ya tienen bastante con la crisis del sector.

De todo esto surgirá una nueva conciencia en la que lo importante será la tecnología punta**, que haya atractivas webs y aplicaciones para smartphones en las que se difunda el patrimonio arqueológico, una nueva sensibilidad que permita la contemplación de restos arqueológicos integrados en brillantes ejemplos de arquitectura contemporánea; una virtualización de la arqueología que llevará la disciplina por los caminos de la metafísica y la teoría del método, alejando la realidad material del bonito mundo de las ideas. El 'paraíso' de los 'doctores liendre' que abundan en la disciplina y que sólo han visto una secuencia estratigráfica en dibujos o fotos. La arqueología de campo terminará, y eso siendo optimistas, siendo una actividad más dentro del proceso de desarrollo urbano y de infraestructuras que trae el 'progreso'.


*La demolición de una pirámide en Belice indigna a los arqueólogos

**Las nuevas tecnologías revolucionan la arqueología

jueves, 9 de mayo de 2013

Algunas noticias lamentables...


No se si habrá opacidad o no, pero lo que sí es cierto es la afirmación que hace Andreu sobre el proyecto ganador: no tiene nada que ver con los valores del poblado almadrabero. Sancti Petri nunca ha sido famoso por su producción de derivados del piñón ni por sus bosques, la verdad sea dicha.  Ahora bien, supongo que Andreu será consciente de que fue la Delegación Provincial de Cultura de Cádiz (dirigida por el partido socialista, como toda la Junta de Andalucía) la que no hizo nada para incoar el expediente de protección correspondiente para proteger el poblado en su conjunto. Demasiados intereses creados en torno a un lugar emblemático de la costa gaditana que amenaza convertirse en centro comercial de diseño estilo camping. Todo dicho con el mayor respeto al equipo ganador del concurso*, que de arquitectura sabrá un montón, pero sólo han visto Sancti Petri desde lo que es en la actualidad, un erial con construcciones diseminadas y no lo que llegó a ser y significar.




Y si hace días nos enterábamos del derrumbe de parte de la cubierta de la torre que sobrevive en la fortaleza de la Matrera de Villamartín, ayer mismo nos llegaban nuevas noticias luctuosas respecto al estado de precariedad de nuestro Patrimonio Cultural.
Parte del crucero de la iglesia del Convento de San Agustín de Medina Sidonia se ha derrumbado, como puede apreciarse en las fotografías aparecidas en La Voz Digital**. Ahora todo el mundo anda revuelto, a toro pasado claro, buscando culpables y echando balones fuera. Nadie dice lo obvio: si la Consejería de Cultura no fuese la cenicienta de la administración andaluza, a la que nadie saca más que para los bailes y antes de que se convierta en calabaza, estas cosas no ocurrirían. Pero para ello sería necesario que la preocupación fingida y doliente, que asomará para la ocasión entre los políticos, fuera sincera y realmente el Patrimonio Cultural de Andalucía tuviera prioridad como recurso capital de nuestra nación. Aquí, como puede verse, no hacen falta terremotos como en Italia. Basta con la falta de control sobre el estado de los bienes culturales.


**Fotografía: Antonio J. Candón, publicadas en La Voz Digital 9/05/2013. Reportaje gráfico completo disponible en línea en:http://www.lavozdigital.es/cadiz/multimedia/fotos/cadiz/120131-convento-agustin-medina-derrumba-sobre-colegio-0.html


miércoles, 8 de mayo de 2013

Andalucía, y a mucha honra.


A nadie pasa inadvertido que esta crisis económica ha venido a quedarse por un tiempo. Como consecuencia lógica de la creencia firme en la potencialidad de un sector -el de la construcción- que ha demostrado tener los pies de barro, todo el país se embarcó en un Titanic de inversiones especulativas. La posibilidad de obtener ganancias a corto plazo, comprando inmuebles sobre plano para venderlos nada más hacerse la entrega de llaves, hizo que muchas familias se endeudaran sobre la falsa premisa de poder jugar a una especie de Monopoly en el que los bancos prestaban dinero con facilidad a cualquiera que pudiera poner encima de la mesa un contrato de trabajo y un avalista. 

Pero el problema no es que nos dejáramos llevar por el afán de lucro, espoleado por los gobiernos de turno, el verdadero problema es que muchos jóvenes decidieron dejar los estudios para hacerse un hueco en el floreciente mercado laboral que ofrecía el ladrillo. Una cosa trajo la otra: muchos se construyeron un plan de vida burgués con hipotecas, buenos y caros automóviles, viajes; incluso segunda residencia en la playa, algo a lo que su generación precedente sólo llegaba tras toda una vida de esfuerzo y ahorro. Lo siguiente fueron los hijos para que habitaran los adosados a pagar en treinta o cuarenta años. En definitiva, unas expectativas de estabilidad basadas en endebles cimientos, como se ha demostrado con la caída en picado de las ventas.

Hace diez años, cuando volví de una estancia laboral en el Reino Unido, me encontré en mi pueblo a una nueva clase social: los promotores inmobiliarios. La mayoría se habían dedicado a la construcción toda su vida y, viendo la oportunidad, se habían convertido en ejecutivos trajeados que mercadeaban con promociones de viviendas, facilitando el acceso a una casa en propiedad a conocidos y ajenos. Los alquileres prácticamente no existían. Los que había disponibles tenían precios iguales o superiores a la cuota mensual a pagar que ofrecían las entidades bancarias para ser propietario. Incluso daban más dinero del necesario, inflando las tasaciones, para que todos pudiéramos permitirnos incluir en el préstamo hipotecario el coche nuevo, el viaje de novios, etc. 

El Estado participó activamente de esa fiebre de "progreso" con grandes proyectos de infraestructuras, financiados en su mayor parte por la Unión Europea, es decir, con dinero prestado. Nadie supo adivinar que, llegado el caso presente, se nos iban a pedir cuentas. Europa era el grifo inagotable del que sacar pasta para construir piscinas climatizadas, casas de la Cultura, auditorios de música; recurso infinito para la modernización de un país que hasta los años 60 del pasado siglo vivía cercano a los estándares del siglo XVIII.

Los intelectuales también se dejaron llevar por la bonanza económica, y por miedo a resultar agoreros, no se pronunciaban acerca de los peligros de la situación; salvo honrosas excepciones, tachadas de inmediato de espíritus pesimistas y derrotistas, la mayoría se dejó llevar por las aguas del maná color cemento.

La idea era construir una numerosa clase media que se preocupara tan sólo de poder mantener su posición social, igualar a todos en la misma premisa del "tanto debes, tanto vales". El resultado no se ha hecho esperar. A pesar de las primeras medidas de recorte puestas en marcha por el gobierno socialista, lo que les hizo perder las riendas del país, la población respondió a la llamada de las urnas con un voto a ciegas para el que prometió la vuelta a la gloria pasada, para el que habló la misma jerga conservadora del que tiene mucho que perder con cualquier cambio. 

La excepción, por poco, la ha hecho Andalucía, en la que los votantes se han decantado por la izquierda en mayor número en los comicios autonómicos. Como somos un pueblo al que vapulean los tópicos y, para el resto del país, somos una panda de desocupados que vivimos de bar en bar, de fiesta en fiesta, de ERE en ERE, chupando la sangre de los honrados y esforzados contribuyentes a los que nunca da el sol. Es lo que explica, a su manera de ver las cosas, el resultado de las elecciones andaluzas: hemos votado para seguir viviendo del cuento. 

Lo que no saben es que, a pesar de todo, somos una de las comunidades autónomas con más imaginación y creatividad por metro cuadrado, lo imprescindible para salir de una situación tan crítica como la que padecemos. El problema es que aquí a nadie le pagan por pensar. Eso se lo encargamos a consultoras con sede en Madrid, desperdiciando el talento de miles de universitarios con ideas innovadoras que deben marcharse a buscarse la vida allende las fronteras de Despeñaperros; ahora allende de los Pirineos.

Además, no nos engañemos: llevamos siglos viviendo en una crisis constante, alimentando con el trabajo diario manos muertas y caciques con piso en Madrid o Barcelona. Exportando mano de obra para las industrias subvencionadas por el franquismo en otras áreas de España, engrosando las plantillas de la Policía o la Guardia Civil por todo el país; contando chistes de pedo-culo-pis con “azento andalú”. Y folclóricas, no olvidemos a las folclóricas.

Y mejor no hablar de toda la patulea de funcionarios que entraron en la Junta de Andalucía cuando esta se creó que, si hiciéramos un estudio estadístico resultaría que son, en su mayoría, de otras regiones de España; eso sí, muy bien adaptados a las costumbres locales. Como muchos de los enchufados en el sinfín de empresas públicas y organismos similares, que también son de fuera, por culpa de un complejo de inferioridad falso pero conveniente a los intereses del Estado.