viernes, 31 de mayo de 2013

Estudiar para el éxito

Se me ponen los pelos de punta cuando oigo relacionar educación con empleo, sobre todo en lo que se refiere a estudios universitarios de pago en hermosos campus diseñados como complejos fabriles para producir exitosos hombres y mujeres del mañana. Parece que es más fácil vender futuros de altas expectativas laborales que vender la idea de una mente crítica y realmente formada. La misión del graduado-máster-doctor (por ese orden y cuanto antes) no es otra que la de servir como elemento productivo a la sociedad, convirtiendo lo aprendido en motor de desarrollo económico para el país. Se acabó lo de pasar por la universidad para terminar trabajando de cualquier cosa. Si estudias con nosotros tienes un trabajo garantizado en tu profesión soñada. Para los trabajos peor remunerados que no quiere nadie ya están los de las universidades públicas.

Lo peor es que también relacionan el paso por esos centros de sabiduría con la vida real. Será con la vida real de quienes pueden pagar esos estudios, los que tendrán un lugar a la derecha del padre en su empresa, su bufete de abogados o su consulta privada. Es la aplicación del principio de las relaciones sociales como base asociada al éxito que lleva cerca de doscientos años vigente en el elitista mundo de las universidades norteamericanas de la Ivy League. Si te codeas con lo mejorcito de la sociedad terminarás teniendo tu lugar en sus círculos, aunque sólo sea por haber compartido cuarto en la fraternidad con un descerebrado que termina siendo presidente de los Estados Unidos. Es el nepotismo trasladado a una vida moderna en la que abundan ya los hijos únicos, la amistad nacida en el campus como sustituto de los lazos familiares para conseguir medrar en la vida.

¿Y qué pasa con quienes tengan claro que lo realmente importante es tener una formación de raíz humanista? ¿Qué sucede con los que eligen determinados estudios en base a una vocación? ¿Y con los que no puedan permitirse acceder a ellos por falta de recursos? Si ni siquiera existe la posibilidad de pasar por la experiencia universitaria dando espectáculo en una cancha de deportes, ¿qué opciones tienen los no privilegiados?

Puede que se vuelva a recuperar la conciencia de clase que los últimos tiempos ha desaparecido engullida por el acceso popular a la riqueza material y el crecimiento de la burguesía como escalafón social amortiguador entre ricos y pobres. Puede que algunos de los hijos de los pequeños burgueses (de trabajadores con contrato fijo, funcionarios, autónomos, pensionistas, políticos de izquierda izquierda, etc.) estudien para educar sus mentes en el librepensamiento, alejados de promesas de brillantes horizontes laborales, buscando tan sólo el conocimiento. Puede que estos sean el futuro para un movimiento social que busque el bien común frente al individualismo imperante, los que cuestionen realmente el sistema global, los que hagan cotizar de nuevo los valores que nunca debieron salir de la educación universitaria. 

O puede que no, que sigamos por la senda de la sociedad norteamericana y nos conformemos con lo que hay, que estos chicos decidan que no merece la pena estudiar una carrera si puedes encontrar trabajo nada más terminar el bachillerato o el FP, casarte y tener hijos, consumir en la medida de tus posibilidades; disfrutar de la cultura popular en espectáculos de camionetas que destrozan otras camionetas; vivir en la ignorancia para ser felices y comer McPerdices.

  

sábado, 25 de mayo de 2013

Aquellos descampados de mi infancia


Ayer volví a disfrutar del documental de Alberto Esteban sobre uno de los iconos de mi memoria de infancia: el Teatro Chino de Manolita Chen. Aquella carpa que se montaba en ferias de toda España es, sin duda, una parte imprescindible de la cultura popular del siglo XX. Y digo popular con sus dos significados más comunes, tanto por ser un espectáculo accesible a todas las clases sociales como por su repercusión y alcance como manifestación artística, sólo comparable en su raíces históricas al vilipendiado actualmente arte de la Tauromaquia.

El teatro de variedades o frívolo, como también se denomina este tipo de manifestación artística, tiene su origen diluido en la niebla de la historia. Es más que probable que este tipo de espectáculo, con sus variaciones lógicas a través del tiempo, se remonte a la Antigüedad pues no sólo de sesudas reflexiones y mensajes vive la dramaturgia. El teatro es un espectáculo antes que nada, una forma de entretenimiento para las masas que con el paso del tiempo ha ido disgregándose en diferentes categorías,  basada la taxonomía en los tipos de público objetivo. El teatro de variedades, que en ambientes pretendidamente cultos se asocia de forma pretenciosa con el cabaret, es uno más de los tesoros culturales que hemos dejado perecer en este país, al igual que ha sucedido con las salas de cine históricas (en origen teatros muchas de ellas) o los numerosos circos que compartían descampados con el Teatro Chino de Manolita Chen. No se si la razón ha sido la europeización forzada a la que nos han sometido bajo los dictados de la modernización y equiparación con el resto de los países de la comunidad, equivocadamente en mi opinión pues se partió de un complejo de inferioridad que no tenía base alguna. He vivido en otros países europeos y puedo afirmar que en muchos aspectos están más atrasados que España y Portugal juntos.

Aquellos descampados, frontera entre campo y ciudad, tierra de nadie, escombreras y zona de juegos para quienes tuvimos la suerte de poder disfrutar de la calle durante la infancia, fueron engullidos por el afán urbanizador de los ayuntamientos que los entregaba al mejor postor para construir nuevos edificios. Recuerdo haber visto el Teatro de Manolita Chen en el descampado que había junto a Palmete mucho antes de que existiera la SE-30, probablemente sería uno de los últimos años que estuvo en activo.

Nunca pude disfrutar en directo de la magia portátil de estos teatros itinerantes, pero gracias al trabajo de Juan José Montijano Ruiz puedo saber más de ese mundo perdido de lentejuelas y cuplés picantes. Si os interesa el tema podéis acudir a su blog para saber más y poder conseguir alguno de sus notables trabajos sobre el teatro frívolo.

http://www.manolitachen.blogspot.com.es

viernes, 17 de mayo de 2013

La línea ferroviaria Sevilla-Llerena-Mérida como recurso para el turismo cultural

Leo las noticias sobre el futuro de la línea ferroviaria Sevilla-Llerena-Mérida y me pregunto si no hay nadie con un poco de conocimiento, sazonado con una pizca de imaginación y dos cucharadas de altura de miras, que se de cuenta de lo valiosa que podría ser esta línea férrea para el turismo cultural. Cierto que el coste de ciertas rutas de ferrocarril con bajas cifras de viajeros es elevado, pero siempre se puede variar la oferta para aumentar estos números. Se da por sentado que quienes viajan de Sevilla a Mérida pueden hacerlo por carretera, especialmente desde que se abrió la Autovía de la Plata, ya sea en coche o en autobús. 

Esto no es nada nuevo: poco a poco se ha ido desmantelando la red de transportes ferroviarios buscando la rentabilidad frente a la utilidad pública, como sucedió en el Reino Unido con el gobierno de la recientemente fallecida Margaret Thatcher. La fiebre del AVE también ha cambiado el concepto de los trenes en este país, transformando lo que eran viajes interminables en trayectos 'de bolsillo' en los que apenas da tiempo de leer un libro. Pero, después de todo, ¿quién lee libros ya? En la era de los teléfonos inteligentes y los iPad hay que disponer de transportes igualmente veloces. El tiempo se inventó para ser estrujado todo lo posible, no para disfrutar de él, o al menos eso nos quieren hacer creer en esta era de prisas y ansiedad.

Sea cierto o no que todos nacemos ya con carné de conducir y utilitario a plazos, el concepto es sencillo: o coche o nada. Por supuesto que se puede estar más o menos de acuerdo con esta premisa, faltaría más, pero tras haber sido viajero frecuente de la línea Sevilla-Llerena-Mérida en los tiempos en los que era más pobre (paradójicamente más rico porque debía menos) pero sin duda más feliz, yo no puedo más que estar en contra. 

Cada quince días recogía a mi hijo del colegio y tomábamos el tren en la estación de Santa Justa en dirección a Mérida. Aquellos trayectos de cerca de cinco horas son los momentos que guardo con más celo en mi memoria: mi pequeño se pasaba el viaje mirando por la ventana ensimismado, haciendo innumerables preguntas acerca de todo aquello que hacía vibrar su curiosidad infantil según recorríamos los kilómetros de 'camino de hierro' entre origen y destino. Lo que no sabía como responder daba lugar a una historia con la que estimular su imaginación plagada de referencias históricas, seres mitológicos y futuros improbables.

Cinco horas en tren podrían parecer una eternidad para los estándares ya mencionados, y sin duda lo son si tenemos en cuenta que se puede hacer el mismo trayecto por carretera en menos de dos horas, pero el viajero que aprecia el tren (insisto, no hablo del AVE) por sus características propias, aprendidas con la práctica entre andenes y revisores, busca otra cosa cuando se decide por este medio de transporte. 

Sería un aliciente formidable que se transformara parte del convoy de vagones que hace el trayecto entre las antiguas Hispalis y Emerita Augusta en un tren turístico cultural. Estoy seguro acerca de la viabilidad de una oferta de este tipo, tanto entre turistas foráneos como población local. Incluir un vagón cafetería para poder hacer la merienda durante la primera parte del viaje proporcionaría toda una experiencia, pero no estoy hablando de un vagón cafetería con tazas de plástico, claro; un vagón restaurante clásico que diera meriendas y después, cerca del fin de trayecto, una copa; todo al estilo del Al-Andalus Express pero menos elitista.

Incluir charlas y/o conferencias acerca de la ruta que difundiera los valores del variado paisaje (y sus valores culturales) que puede contemplarse desde el tren sería todo un aliciente: Vega del Guadalquivir, dehesa y campiña de Sierra Norte, secanos de Llerena y Zafra, Tierra de Barros, Vega del Guadiana. (No voy a ir más allá de la unidad paisaje porque se presupone que ya sabemos todos lo que incluye este concepto desde el punto de vista del Patrimonio Cultural).

Al llegar a Mérida se podría optar por una visita nocturna de los monumentos más emblemáticos de la ciudad de Augusto o por disfrutar de la variada oferta gastronómica. La pernocta estaría incluida en el precio de la oferta turístico-cultural para despertar al día siguiente y visitar el Museo Nacional de Arte Romano disfrutando de una jornada más en la ciudad, o bien volver a Sevilla en sentido inverso. No se, son ideas que se me ocurren así, sin pensar demasiado.

Lo que es evidente es que, en estos tiempos de redes virtuales y topología aplicada no deberíamos olvidar las posibilidades de las reales y tangibles, como no deberíamos apostar todo al beneficio económico frente al beneficio social de ciertos servicios que han forjado nuestra memoria. Lo triste es que si pretenden desmantelar el servicio nacional de salud sin remordimientos, no creo que se paren mucho a meditar acerca de trenes inter-regionales.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Arqueología, mon amour...

Gran revuelo con la pirámide Maya de Belize*. No recuerdo tanto aspaviento cuando estas cosas sucedían a diario en nuestras ciudades y pueblos, en los entornos urbano y rural indistintamente, siguiendo los dictados del interés general y el mal entendido progreso.

Lo 'mejor' de todo es que empieza a extenderse la teoría según la cual los arqueólogos somos los responsables de no haber sabido comunicar la importancia de nuestra disciplina a la sociedad. Se supone que deberíamos haber hecho más a pesar de estar condicionados por la censura y la política de las delegaciones provinciales de Cultura, la inaccesibilidad de la mayoría de las intervenciones preventivas con la excusa de las normas de seguridad en obra, la inexistencia de la obligatoriedad a los promotores de sufragar los gastos de pos-excavación, por no hablar del desinterés de la 'arqueología académica' para con la 'arqueología comercial' (considerada como una actividad de rango inferior a aquella realizada con subvenciones/fondos públicos desde grupos de investigación), etc., etc,... 

No se puede generalizar, por supuesto. Existen siempre excepciones honrosas, como la mayoría de profesionales que han terminado teniendo que dejar la práctica de la disciplina porque nadie los contrataba al ser 'conflictivos', como las empresas que apenas sobreviven hoy día porque ha antepuesto la ética al beneficio; como los emprendedores que apostaron por el patrimonio arqueológico invirtiendo grandes sumas para gestionar adecuadamente este recurso capital y que sólo se encuentran trabas desde las administraciones e incluso rechazo social por sacar "beneficio" de la cultura (nadie piensa en los puestos de trabajo que generan) a pesar de que nadie se pueda hacer rico con ella (al menos de forma legal).

En fin, que parece que se perfila una caza de brujas para exorcizar los demonios de los excesos pasados y tenemos todas las papeletas para ser las cabezas de turco. Los arquitectos no van a catar porque para eso tienen un colegio profesional medio respetable y un corporativismo que, sin llegar a igualar el de los médicos, no se queda atrás al defender la profesión como algo colectivo frente a lo individual. Tampoco las constructoras y promotoras, pobrecitas, que ya tienen bastante con la crisis del sector.

De todo esto surgirá una nueva conciencia en la que lo importante será la tecnología punta**, que haya atractivas webs y aplicaciones para smartphones en las que se difunda el patrimonio arqueológico, una nueva sensibilidad que permita la contemplación de restos arqueológicos integrados en brillantes ejemplos de arquitectura contemporánea; una virtualización de la arqueología que llevará la disciplina por los caminos de la metafísica y la teoría del método, alejando la realidad material del bonito mundo de las ideas. El 'paraíso' de los 'doctores liendre' que abundan en la disciplina y que sólo han visto una secuencia estratigráfica en dibujos o fotos. La arqueología de campo terminará, y eso siendo optimistas, siendo una actividad más dentro del proceso de desarrollo urbano y de infraestructuras que trae el 'progreso'.


*La demolición de una pirámide en Belice indigna a los arqueólogos

**Las nuevas tecnologías revolucionan la arqueología

jueves, 9 de mayo de 2013

Algunas noticias lamentables...


No se si habrá opacidad o no, pero lo que sí es cierto es la afirmación que hace Andreu sobre el proyecto ganador: no tiene nada que ver con los valores del poblado almadrabero. Sancti Petri nunca ha sido famoso por su producción de derivados del piñón ni por sus bosques, la verdad sea dicha.  Ahora bien, supongo que Andreu será consciente de que fue la Delegación Provincial de Cultura de Cádiz (dirigida por el partido socialista, como toda la Junta de Andalucía) la que no hizo nada para incoar el expediente de protección correspondiente para proteger el poblado en su conjunto. Demasiados intereses creados en torno a un lugar emblemático de la costa gaditana que amenaza convertirse en centro comercial de diseño estilo camping. Todo dicho con el mayor respeto al equipo ganador del concurso*, que de arquitectura sabrá un montón, pero sólo han visto Sancti Petri desde lo que es en la actualidad, un erial con construcciones diseminadas y no lo que llegó a ser y significar.




Y si hace días nos enterábamos del derrumbe de parte de la cubierta de la torre que sobrevive en la fortaleza de la Matrera de Villamartín, ayer mismo nos llegaban nuevas noticias luctuosas respecto al estado de precariedad de nuestro Patrimonio Cultural.
Parte del crucero de la iglesia del Convento de San Agustín de Medina Sidonia se ha derrumbado, como puede apreciarse en las fotografías aparecidas en La Voz Digital**. Ahora todo el mundo anda revuelto, a toro pasado claro, buscando culpables y echando balones fuera. Nadie dice lo obvio: si la Consejería de Cultura no fuese la cenicienta de la administración andaluza, a la que nadie saca más que para los bailes y antes de que se convierta en calabaza, estas cosas no ocurrirían. Pero para ello sería necesario que la preocupación fingida y doliente, que asomará para la ocasión entre los políticos, fuera sincera y realmente el Patrimonio Cultural de Andalucía tuviera prioridad como recurso capital de nuestra nación. Aquí, como puede verse, no hacen falta terremotos como en Italia. Basta con la falta de control sobre el estado de los bienes culturales.


**Fotografía: Antonio J. Candón, publicadas en La Voz Digital 9/05/2013. Reportaje gráfico completo disponible en línea en:http://www.lavozdigital.es/cadiz/multimedia/fotos/cadiz/120131-convento-agustin-medina-derrumba-sobre-colegio-0.html


miércoles, 8 de mayo de 2013

Andalucía, y a mucha honra.


A nadie pasa inadvertido que esta crisis económica ha venido a quedarse por un tiempo. Como consecuencia lógica de la creencia firme en la potencialidad de un sector -el de la construcción- que ha demostrado tener los pies de barro, todo el país se embarcó en un Titanic de inversiones especulativas. La posibilidad de obtener ganancias a corto plazo, comprando inmuebles sobre plano para venderlos nada más hacerse la entrega de llaves, hizo que muchas familias se endeudaran sobre la falsa premisa de poder jugar a una especie de Monopoly en el que los bancos prestaban dinero con facilidad a cualquiera que pudiera poner encima de la mesa un contrato de trabajo y un avalista. 

Pero el problema no es que nos dejáramos llevar por el afán de lucro, espoleado por los gobiernos de turno, el verdadero problema es que muchos jóvenes decidieron dejar los estudios para hacerse un hueco en el floreciente mercado laboral que ofrecía el ladrillo. Una cosa trajo la otra: muchos se construyeron un plan de vida burgués con hipotecas, buenos y caros automóviles, viajes; incluso segunda residencia en la playa, algo a lo que su generación precedente sólo llegaba tras toda una vida de esfuerzo y ahorro. Lo siguiente fueron los hijos para que habitaran los adosados a pagar en treinta o cuarenta años. En definitiva, unas expectativas de estabilidad basadas en endebles cimientos, como se ha demostrado con la caída en picado de las ventas.

Hace diez años, cuando volví de una estancia laboral en el Reino Unido, me encontré en mi pueblo a una nueva clase social: los promotores inmobiliarios. La mayoría se habían dedicado a la construcción toda su vida y, viendo la oportunidad, se habían convertido en ejecutivos trajeados que mercadeaban con promociones de viviendas, facilitando el acceso a una casa en propiedad a conocidos y ajenos. Los alquileres prácticamente no existían. Los que había disponibles tenían precios iguales o superiores a la cuota mensual a pagar que ofrecían las entidades bancarias para ser propietario. Incluso daban más dinero del necesario, inflando las tasaciones, para que todos pudiéramos permitirnos incluir en el préstamo hipotecario el coche nuevo, el viaje de novios, etc. 

El Estado participó activamente de esa fiebre de "progreso" con grandes proyectos de infraestructuras, financiados en su mayor parte por la Unión Europea, es decir, con dinero prestado. Nadie supo adivinar que, llegado el caso presente, se nos iban a pedir cuentas. Europa era el grifo inagotable del que sacar pasta para construir piscinas climatizadas, casas de la Cultura, auditorios de música; recurso infinito para la modernización de un país que hasta los años 60 del pasado siglo vivía cercano a los estándares del siglo XVIII.

Los intelectuales también se dejaron llevar por la bonanza económica, y por miedo a resultar agoreros, no se pronunciaban acerca de los peligros de la situación; salvo honrosas excepciones, tachadas de inmediato de espíritus pesimistas y derrotistas, la mayoría se dejó llevar por las aguas del maná color cemento.

La idea era construir una numerosa clase media que se preocupara tan sólo de poder mantener su posición social, igualar a todos en la misma premisa del "tanto debes, tanto vales". El resultado no se ha hecho esperar. A pesar de las primeras medidas de recorte puestas en marcha por el gobierno socialista, lo que les hizo perder las riendas del país, la población respondió a la llamada de las urnas con un voto a ciegas para el que prometió la vuelta a la gloria pasada, para el que habló la misma jerga conservadora del que tiene mucho que perder con cualquier cambio. 

La excepción, por poco, la ha hecho Andalucía, en la que los votantes se han decantado por la izquierda en mayor número en los comicios autonómicos. Como somos un pueblo al que vapulean los tópicos y, para el resto del país, somos una panda de desocupados que vivimos de bar en bar, de fiesta en fiesta, de ERE en ERE, chupando la sangre de los honrados y esforzados contribuyentes a los que nunca da el sol. Es lo que explica, a su manera de ver las cosas, el resultado de las elecciones andaluzas: hemos votado para seguir viviendo del cuento. 

Lo que no saben es que, a pesar de todo, somos una de las comunidades autónomas con más imaginación y creatividad por metro cuadrado, lo imprescindible para salir de una situación tan crítica como la que padecemos. El problema es que aquí a nadie le pagan por pensar. Eso se lo encargamos a consultoras con sede en Madrid, desperdiciando el talento de miles de universitarios con ideas innovadoras que deben marcharse a buscarse la vida allende las fronteras de Despeñaperros; ahora allende de los Pirineos.

Además, no nos engañemos: llevamos siglos viviendo en una crisis constante, alimentando con el trabajo diario manos muertas y caciques con piso en Madrid o Barcelona. Exportando mano de obra para las industrias subvencionadas por el franquismo en otras áreas de España, engrosando las plantillas de la Policía o la Guardia Civil por todo el país; contando chistes de pedo-culo-pis con “azento andalú”. Y folclóricas, no olvidemos a las folclóricas.

Y mejor no hablar de toda la patulea de funcionarios que entraron en la Junta de Andalucía cuando esta se creó que, si hiciéramos un estudio estadístico resultaría que son, en su mayoría, de otras regiones de España; eso sí, muy bien adaptados a las costumbres locales. Como muchos de los enchufados en el sinfín de empresas públicas y organismos similares, que también son de fuera, por culpa de un complejo de inferioridad falso pero conveniente a los intereses del Estado.

Ser "gallego"


Ustedes dirán lo que quieran, pero yo veo una clara conspiración alrededor de la crisis. Las recientes declaraciones del Jesús Gracia, Secretario de Estado de Cooperación y para Iberoamérica, acerca de las intenciones del gobierno de facilitar la emigración a los españoles hacia el otro lado del charco, me parecen un claro signo de por dónde van los tiros. No van a facilitar la emigración a cualquiera: los beneficiarios de esta ayuda (patada en el culo, más bien) serán 'técnicos superiores', porque está claro que no van a mandar a la gente sin formación básica; de eso ya tienen allí de sobra gracias a las desigualdades reinantes en aquellos lares. Resulta evidente que, dado que se han recortado las ayudas a I+D, sobran científicos y estudiosos; toda esa gente que no va a aceptar resignadamente que se les abra un nuevo horizonte laboral en la hostelería, el cuidado de ancianos alemanes y británicos o cualquiera de las 'innovadoras' industrias que deberán devolver a España a la senda del crecimiento económico. Porque siendo realistas, no veo yo otras posibilidades que las citadas, insistiendo en la realidad actual en la que estamos: un claro retroceso hacia los años 60 en todos los aspectos, echando por tierra todo el esfuerzo de años para salir del secular estancamiento intelectual y científico que los cuarenta de dictadura dejaron como herencia.

El objetivo, siguiendo con mi teoría de la conspiración, no sería otro que mantener la alienación de la sociedad española, haciéndola más permeable si cabe a las nuevas condiciones leoninas del mercado laboral, a la felicidad de las ofertas-descuento de los supermercados y a la televisión basura, fútbol a todas horas incluido. De paso, se le da una lección a todos aquellos advenedizos que pensaron que iban a escalar posiciones en el estatus social con sólo estudiar un par de carreras, el doctorado y un buen MBA. Se les devuelve a la realidad de la que salieron, haciéndolos probar las mieles amargas de la emigración, si es posible a los países de donde vinieron aquellos que les sirvieron copas en el bar, cuidaron de sus ancianos padres o díscolos hijos, les plancharon las camisas, etc., mientras les duró el sueño del nuevo burgués semi-ilustrado. Ser 'gallego' es toda una experiencia para quien nunca ha sabido cómo se nos ve realmente en Iberoamérica, doy fe.

Con los demás afectados por la crisis la solución es bastante mas fácil: poder recuperar la economía lo suficiente para que vuelvan a ser ciudadanos de provecho, consumidores voraces e hipotecados de por vida, con lo que se garantiza la pervivencia de un sistema de desigualdades que arrastramos desde principios de la Edad Moderna peninsular. Los apellidos ilustres seguirán siendo los mismos que rijan los destinos de esta nación de perdedores, aumentada la estirpe con la unión antinatural de estos y los nuevos nobles provenientes de la clase política. La educación de pago enseñará a estos nuevos señores a comportarse con sus inferiores y a difundir por Europa las bondades del sistema español, como hacían los británicos de la era victoriana, omitiendo la negra realidad de los barrios obreros londinenses o mancunianos, durante sus periplos por las posesiones del imperio.

Si todo sale como esperan nuestros dirigentes, si los españolitos que emigran ahora repiten los esquemas de sus predecesores en el duro trance de dejarlo todo para buscarse la vida fuera de nuestras fronteras y vuelven para disfrutar de sus jubilaciones, se cerrará el círculo. No creo que se repita la filantropía de los indianos de antaño. Los retornados se encontrarán con un país distinto, ajeno, donde tendrán que aprender a vivir como y con los jubilados de los países europeos. En el fondo sentirán odio hacia los que se quedaron y consiguieron sobrevivir a las crisis (porque después de esta habrá más, no lo duden) para disfrutar  al menos del despertar en país propio, a pesar de la lucha diaria que supone siempre salir del sueño para caer en la pesadilla futurista en que van a convertir este pedazo de tierra de contrastes.

Y el fin del mundo era esto...


Después de todo parece que las profecías que anunciaban el fin del mundo no andaban tan desencaminadas. No es un fin catastrófico, no del todo, al estilo de las superproducciones de Hollywood con desastres naturales globales ni invasiones extraterrestres. No parece que el Sol vaya a ser el culpable de nuestra extinción como especie, ni siquiera que vayamos a volver a tiempos preindustriales, como afirmaban algunos agoreros. Lo que es lamentablemente cierto es que estamos retrocediendo a los tiempos anteriores a la victoria de la democracia como forma de gobierno ideal. La sociedad se está viendo arrastrada a un nuevo periodo reaccionario, una vez se terminó unilateralmente el conflicto entre capitalismo y socialismo con la caída del telón de acero, con el beneplácito de las urnas. Los derechos conseguidos a base de lucha social, con víctimas innumerables a lo largo de casi dos siglos de concienciación de clase por parte de los estratos más desfavorecidos de la nueva sociedad que derribó el Antiguo Régimen, empiezan a perderse bajo los argumentos de la imperiosa necesidad de mantener el sistema económico basado en el consumo desmedido y el agotamiento de los recursos naturales. El individualismo promovido por la nueva forma de sociedad nacida tras la última guerra mundial ha terminado dando frutos. El secreto para mantener a la población alienada y abotargada era facilitarles el acceso a la ilusión de vivir a todo confort, al estilo de los aristócratas de antaño. Primero fueron los burgueses como clase social que serviría de colchón entre pobres y ricos, las dos clases sociales que nunca dejaron de existir; luego se amplió a la clase trabajadora con la concesión de derechos que, como estamos viendo, eran sólo un cebo efímero. El derecho a poseer es la mejor manera de convertir a un hombre en un defensor a ultranza de las ideas más conservadoras y arrebatarle la libertad. Nadie aspira al cambio cuando tiene algo que perder. 

Asistimos al desmantelamiento de la sociedad del bienestar porque lo que prevalece es la doctrina del bien individual frente al colectivo. Los reticentes a aceptar la misma fueron convenientemente subvencionados para crear asociaciones como forma de dividir el descontento y fracturarlo en pequeñas células temáticas. Lo que podía haber sido una forma de reivindicación del verdadero significado de la globalización, la red virtual y sin fronteras que iba a ser internet, ha terminado siendo una herramienta al servicio del poder, una ventana abierta por la que los servicios de inteligencia de los estados recaban información para controlar a las masas. La cultura ha dejado de ser crítica para con la sociedad en la que se gesta. El mercantilismo ha convertido cualquier expresión artística innovadora y vanguardista en moneda de cambio o en fenómeno de masas, banalizando su mensaje inicialmente crítico al hacerlo multitudinario. Las drogas ya no son un problema. Quien no consume sustancias prohibidas hace lo propio con las socialmente aceptadas: antidepresivos, tranquilizantes, hipnóticos, alcohol, tabaco.

Incluso los alimentos y el agua, los verdaderos productos imprescindibles para la subsistencia, empiezan a ser controlados por multinacionales y a cotizar en bolsa. El control de los combustibles fósiles ya no se dirime en las mesas de negociación sino en campos de batalla donde muchos mueren para que sigan funcionado nuestros automóviles. Millones de personas mueren a diario por hambrunas, epidemias, matanzas genocidas, mientras en el primer mundo protestamos airados porque no podremos mantener el nivel de vida al que estábamos acostumbrados. 

No se qué pensar. Me parece que el fin del mundo al que se referían las profecías era esto. Lo malo es que, de seguir así, estaremos dando marcha atrás en lugar de progresar. Y eso nunca ha sido bueno. Puede que estemos a punto de entrar en otra Edad Media disfrazada de Edad de Oro. 

El "legado" del Bicentenario







Vamos a ver: ni una cosa ni otra. Primero de todo habría que recordar que lo que se ha ejecutado para el Bicentenario se ha pagado con el bolsillo de todos/as, independientemente de que la gestión del evento haya sido más que cuestionable por mucho que se empeñen en venderlo como un éxito. La verdadera protagonista de la efemérides, no otra que la ciudad de Cádiz y entendiendo ésta como colectivo social, ha sido simplemente utilizada como relleno para figuración. Los ciudadanos han padecido los inconvenientes de numerosas obras que no han significado una mejora sustancial de la habitabilidad de la ciudad ni han traído un beneficio socioeconómico notable, salvo para los avispados que ha supieron arrimar el ascua hacía lo propio.

No niego que una empresa privada pueda hacerse cargo de la gestión de los sitios relacionados con el Bicentenario (unos más acertadamente escogidos que otros, para ser sinceros), pero la iniciativa empresarial tiene como objetivo principal la obtención de beneficios y dudo que, con la que está cayendo, esté garantizada siquiera la sostenibilidad del proyecto.

Una fundación sería, mayormente, la continuidad del órgano creado para la celebración, una oficina de empleo para allegados del poder local y demás ralea de aspirantes a "cargos digitales", un "urdangarinazo" para que nos entendamos todos.

Líbreme de querer imponer puntos de vista, esto es una opinión, pero creo que se impone dejar participar a la sociedad de su Patrimonio Cultural. La tan criticada ocupación de Valcárcel puede dar una pista acerca de hacia dónde debería evolucionar el sistema. La autogestión basada en la implicación de la ciudadanía supondría un avance significativo en la democratización de lo que hasta ahora ha sido la política cultural en Andalucía.

Los edificios vacíos y sin uso terminan por perder su relación con los ciudadanos, se convierten en contenedores sin contenido, en piezas aisladas dentro de un sistema urbano vivo y cambiante. La única manera de evitarlo es hacerlos útiles a las demandas de los colectivo sociales. No perdemos nada con probar algo nuevo. Es a lo que se llama progreso.

La democracia amordazada



Una democracia que nace del silencio y la impunidad no puede funcionar mucho tiempo. Silencio e impunidad que se pactó sine qua non para que se pudiera emprender el camino democrático desde cero, confundiendo la Historia con un coche viejo al cual se puede trucar el cuentakilómetros a voluntad. Siguiendo con el símil automovilístico es indudable que, tarde o temprano, alguien descubrirá la trampa por mucho trabajo de chapa y pintura que se le eche encima; sin un mantenimiento adecuado del motor y las piezas fundamentales para el funcionamiento del vehículo terminará quedándose parado en cualquier cuneta.

A lo largo de estos más de treinta años se ha producido en España una transformación parecida a la que se operó en la Alemania derrotada tras la Segunda Guerra Mundial, demasiado parecida. Las figuras claves de la dictadura y la represión no han tenido reparos en posicionarse entre los artífices de la restauración de las libertades, auxiliados por una mayoría de creadores de opinión partidarios de la desmemoria. Los esbirros de estos, hijos segundones y bastardos de una violenta época, han conseguido excusarse y escudarse, como señaló Oscar Wilde, en el patriotismo o la virtud de los depravados para justificar las atrocidades cometidas durante la dictadura. Palizas, torturas sistemáticas, acoso laboral, encarcelamiento, latrocinio, chantaje, expolio, entre muchos otros delitos, han quedado relegados al olvido gracias a una ley de amnistía general que equiparó a verdugos y víctimas.

No ha sido necesaria una organización como ODESSA para auxiliar a los fieles servidores del Franquismo. No han tenido que huir del país, tan sólo pasar por la clínica estética de los nuevos demócratas para reaparecer como honrados y valiosos miembros de ciertos sectores de la sociedad española. Eso sí, se les reconoce por el sarpullido que les provoca cada iniciativa de recuperar la Memoria Histórica. Inconscientemente, el miedo a que ese sano ejercicio democrático de devolver la humanidad a víctimas de fusilamientos y entierros en cunetas pueda llegar a extenderse a periodos más recientes, que ellos protagonizaron como represores de la libertad, les devuelve su verdadero rostro.

La realidad es que vivimos en un país inventado a base de prebendas, a cambio de las cuales todos los participantes en el nuevo juego han recibido su tajada. Desde el monarca, que un día juraba adhesión al Movimiento Nacional y otro compromiso con una Constitución democrática, hasta los funcionarios con más solera, todos han aceptado las nuevas reglas a sabiendas de los claros beneficios que les proporcionaba el cambio. Se ha sustituido a una clase dirigente de vencedores de una guerra incivil por otra formada por sus hijos y nietos, con alguna que otra concesión a aquellos que pretenden ser renovadores sin ser revolucionarios. Al Pueblo se le ha engañado con la zanahoria del europeísmo, el acceso al consumo desmedido, la mala educación gratuita, la cultura folclórico-deportiva, los intelectuales multi-premiados, la vida de señorito. Todo hasta que ha llegado la crisis, destapando la caja de los truenos, nada nuevo: independentismo, aspiraciones republicanas, neo-caciquismo, corrupción generalizada, emigración masiva de jóvenes sin futuro en casa, etc. Sólo nos falta una guerra en África y que se vuelva a poner de moda el bombín para sentirnos como en la España del siglo XIX.

He dicho.

La privacidad o la muerte social (virtual)



Cada día se hace más evidente que las redes sociales han venido a quedarse. No parece que sean un fenómeno puntual de una determinada etapa de la evolución de la red de redes. Pero no es porque sean útiles para el usuario ni porque fomenten las relaciones humanas, algo más que cuestionable si tenemos en cuenta que el contacto no se produce en persona, sino porque detrás de todo está la mano que todo lo mueve: la del mercado consumista. Tan sólo hay que fijarse detenidamente en la publicidad que aparece en nuestros perfiles en las susodichas redes. ¿Nadie ha reparado en la gran afinidad que existe entre los contenidos de la misma y nuestros gustos personales? Claro que uno elige sus áreas de interés cuando se registra, por lo que podría parecer lógico que nuestra elección sirviera de guía para los maestros del marketing operando en el mundo virtual, pero la cosa va más allá. 

La gratuidad de sitios como Facebook está garantizada por la misma razón que no pagamos por ver la televisión, por los anuncios, con la mejora significativa para los publicistas -en el caso de las redes sociales- de poder diseñar contenidos basados en un público determinado según sus preferencias. No sólo Facebook, lo mismo ocurre con buscadores como Google: el famoso rastreador de contenidos va almacenando, a partir del historial de nuestras búsquedas, toda la información necesaria para responder a nuestras pesquisas con más acierto; esto supone, empero una limitación importante para el usuario. Empiezan a aparecer buscadores que facilitan la información sin recopilar antecedentes de uso, como aparecerán redes sociales que sean tan sólo lugares de encuentro, ¿o quizás no?  

Muchos argumentan en contra de la creciente mercantilización de internet usando la defensa de la privacidad como base de su alegato de culpabilidad, pero no recuerdan que la red no es más que un espejo del mundo real. Cuando salimos a la calle estamos rodeados de publicidad, en los autobuses, en el metro, en los taxis. Cuando entramos en un bar donde nos conocen, nos sirven sin siquiera pedir nuestra cerveza habitual. En el estanco ya conocen nuestra marca de tabaco, a no ser que seamos fumadores todo-terreno. Hasta a la hora de elegir las semillas para nuestras plantas de marihuana estamos condicionados por marcas diseñadas ex-profeso para satisfacer los paladares más refinados. No podemos caer en el engaño de pensar que internet es un caso aparte de lo que llevamos viviendo casi un siglo como sociedad capitalista. La privacidad es un lujo que sólo pueden permitirse aquellos que pueden comprarla accediendo a contenidos de pago. No se puede esperar ser el único que viste una determinada prenda si se compra en el Zara. A las bodas me remito, por ejemplo, en el caso de las señoras; los hombres pasamos inadvertidos con los sempiternos trajes.

En fin, que el camino está trazado ya por mucho que nos empeñemos en negar la evidencia. Siempre se puede renegar de las redes sociales y del uso de internet, so pena de terminar siendo víctima del aislamiento social virtual, lo que a muchos les parecerá una sandez; lo es sin duda si se tienen los recursos para salir a la calle a hacer vida social. En muchos otros casos, la mayoría diría yo -razón por la cual tiene tanto éxito el ordenador-, es indispensable estar conectado para tener una vida social sana aunque sea de forma virtual. 

¿A quién le importa su privacidad en estos tiempos de 'reality shows' después de todo?